domingo, 27 de octubre de 2019

La condena

Tengo un vecino muy a lo lejos que esta tarde se quedó un rato dentro del coche escuchando música, porque yo creo que era incapaz de dar un paso sin delatarse.
No es la primera vez que se alicata, de hecho es un habitual de un bar donde nosotros también fuimos habituales en verano, y como los ratones de laboratorio, se conoce la senda mínima que lo lleva a casa con el coche, aunque sea un peligro dentro del mismo barrio, salvo que se le cruce un imprevisto cualquier día, suele llegar bien hasta la puerta de casa, sólo que hoy se ha tomado un tiempo antes de salir, no sé si porque le gustaba la canción y quería oírla hasta el final, cosa que yo hago a veces, o porque deseaba dejar pasar un tiempo antes de entrar en casa, aunque desconozco con quién vive.
He visto hijas o nueras y alguna nieta, y antes había un perro, un carlino que se cagaba donde quería y al que  no veo hace ya bastante tiempo, supongo que pasó a mejor vida después de ser maldecido por varios vecinos que se tropezaban con sus cacas en esta calle que es como una línea recta pavimentada en dirección  a la nada, quizá a la vida ordenada y a la rutina arbolada con plantas de vivero, por donde en las mañanas la barredora del ayuntamiento pasea su rascada con la que se limpia la espalda de los desempleados que el ayuntamiento contrata por  meses.
Sí, vivo en una de esas calles de película de Tim Burton, donde las tapias separan a la gente arrullada por taladros domésticos en días feriados y muchas noches, demasiadas, llega el olor a pescado frito exhalando su aliento de Neptuno en horas bajas, como si todo el barrio se hubiera leído las bondades del pescado azul en internet, y entonces me da coraje si tengo ropa puesta a secar, porque mi ropa vuela al aire mínimo del patio con olor de almendras y flor de algodón y muere con la peste de sardinas y boquerones.
Pero como decía, el vecino se bajó al final del coche, y lo sé porque coincidimos cuando yo bajaba la calle buscando un rato de caminata con la que matar los efectos de la glotonería y el café de la tarde, y las ideas tristes y los pelos que blanquea el tiempo y todas esas cosas que una persona de mi edad se plantea no como opción filosófica, sino como obligada reflexión.
Nos cedimos el paso como bailando un ridículo minué y al bajar la calle seguí masticando el poema que tenía atrapado entre las encías, como un trozo de carne o una piel de lenteja.
El poema de la condena. que dice así;
Cumpliré mi condena muy en silencio,
observando mi vida a través del ojo de una cerradura
desde aquel sitio en el que ya he sido todas las que podía ser,
la tierna, la humilde, la mala y la buena
la exultante y la suicida y la madre y la hija
y la que mató con la lengua y a quien mataron
en tardes de lluvia que no acababan nunca.
Cumpliré mi condena acatando la sentencia
de los que saben desde antes de nacer que todo está averiado o en peligro
o es demasiado joven o demasiado viejo como para que pueda ser redimido
o que ya está todo hecho y consumado
y sin embargo
darían litros de su sangre para que los delfines no tuvieran que morir abrazándose en círculos
noches enteras de pena y abandono
azul color azul profundo azul muerte e impiedad
daría yo mi sangre para que las madres no tuvieran que morir abrazadas a sus hijas
y aparecieran en el fondo azul azul profundo azul muerte marina
impúdicamente expuestas en la prensa de los mundo ricos
para que cuatro beatos lloremos en la intimidad de nuestras casas con aire acondicionado
y lamentemos la injusticia en charlas de salón que nada cambian.
Daría yo mi sangre para que este mundo fuera un lugar hermoso para mi dulce hija
no tener que decirle que tendrá que defenderse
que seguirá luchando por las cosas más básicas
como el respeto al otro,
el amor al otro,
la compasión
o un techo
o un lugar donde dormir
o un abrazo.
Pero que también encontrará
como anoche encontré  yo
gente con la que poder hablar de lo fascinantes que son los pulpos
gente con un corazón limpio
con la que pasar alegremente las horas de condena
en estas celdas invisibles a las que llamamos vida
y que creerá en ellos
y en los delfines y en los pulpos y en las flores
que se abren silenciosas cuando amanece
y no creerá las mentiras de los malos científicos
cuando despojan de memoria a los peces y a las ovejas
y a todo lo inocente y bello que hay sobre la tierra.


(Después de una semana dura en la que se mezcla la pasión por la palabra en la novela de la Murdoch, el cansancio físico, la música de Yomuri y una tristeza muy otoñal ).

domingo, 6 de octubre de 2019

Elise

Hoy aparece Elise en esta vida, en este blog, para ponerse un traje nuevo de piel limpia, para estrenar la mirada aunque aquellos ojos que como los de Anna Quentin en la novela que estoy leyendo de Iris Murdoch , ya no se abren redondos frente al mundo, sino que más bien se han empequeñecido, porque son los ojos de una persona que "no se ha defendido contra el paso del tiempo".
Elise puede seguir aprendiendo muchas, muchas cosas, puede seguir leyendo cientos de libros y asimilando otras formas de vida que le apetezcan , porque Elise es libre y puede darse el capricho de tener emociones no siempre positivas, pensamientos sombríos y sus contrarios, puede paladear otros sabores y puede de todas formas seguir aquí, aunque no se lo permitan los tiranos de los lugares comunes y la estadística, Elise puede escapar de la profecía cutre de los oráculos, de los compromisos adquiridos, no malos, ojo, muchas veces resultado del cariño hacia semejantes, o familia o lo que sea. Elise puede hacer lo que quiera, incluso renunciar al sexo, porque está harta de las revistas de farmacia donde se da a entender que es bueno que la gente mayor folle, con el mal gusto que eso supone, en un mundo donde el deseo es una puta canción de reggaetón en cuyo clip una morena recibe cuarto y mitad por parte de un musculoso panel humano lleno de tatuajes, de repente Elise se siente muy fuera de todo eso, sin ganas de seguir hablando de deseo como hace diez años, o más que sin ganas, podríamos decir sin interés, como una no puede ser adolescente toda la vida.
No es por juzgar a nadie, pero si dicen que Gandhi renunció al sexo cuando todavía era joven, porque tenía cosas más importantes que hacer, por qué no aceptar esa idea como una cosa más, sin escandalo ni condena. Ella, la integrista de las pasiones humanas, de repente domesticada y dócil frente a esos atardeceres, metiendo su caduca sensualidad en una maleta sin remite, o en una cesta de mimbre para echarla al Nilo, quién sabe si los dioses sabrán qué hacer con ella, con su sangre caliente y su  cuerpo rebelde que no quiere cansarse ya en el esfuerzo de mantenerse vivo artificialmente, forzando la máquina o trucando pulsiones infantiles.
Ahora que lo piensa, Elise siempre fue más cerebral que otra cosa, siempre fue la azotea la que mandaba humedecerse el cono sur, la que decidía de quién enamorarse y de quién no, menos alguna vez que se engañó pensando que también era parte de la biología como los gorilas del zoo siguen respetando sus ciclos de celo hasta que caen redondos el último día de sus vidas.
Claro que Elise no es una gorila, es sólo una mujer muy mental que ahora empieza a aceptar que gusta de otros placeres, y se levanta de la siesta un  domingo y entiende una cosa, única y clara como ese rayo de sol empecinado que juega tras la cortina, lamiendo las últimas horas de la tarde (el verbo lamer, tan usado en narrativas malas) que pudiendo experimentar orgasmos en soledad, cuatro o cinco si el momento es bueno, y quedando todo esto en el ámbito privado de la intimidad de las personas, sin que pueda ser materia de estudio ni le importe a nadie, si puede tener esa misma sensación leyendo descripciones de calidad en literatura y rodearse de esos libros inteligentes que susurran al alma y le dicen que todo está bien tal como ha sido creado en nuestra vida, que una puede ser más vieja y más fea que ayer, pero más libre, que hay personas que lo tienen todo tirado en una habitación llena de objetos de teatro, que esa habitación puede iluminarse con una pequeña lámpara de rincón a la que le han puesto gasas por encima, y taparse con una piel de oso de atrezzo de teatro ("el arte más puro"),que así se reencuentra el amor cuando una de las dos partes necesita simplemente un sitio donde vivir, que eso no tiene la más mínima importancia para ninguno, que las personas no funcionamos con códigos ni con secuencias que se paguen con monedas, que un profesor de filosofía puede recomendar a sus entregados alumnos, aun siendo docente y enamorado del pensamiento, que se alejen de ella, que se busquen un empleo estable, si una puede aceptar todo esto también puede aceptar que no le guste limpiar el polvo, o que le gusten las galerías de un centro comercial o no quitarse los pelos del coño o no estar siempre disponible o estar pensando el latazo que le resultan las confesiones de familiares y entorno, aun siendo tan entrañables, tan dignas de amor y atención , como las cosillas de una hija, o bien llamar a las cosas por su nombre cuando una jornada laboral supone la muerte de tres o cuatro cientos de neuronas en una población seguramente ya bastante afectada, aunque en este caso no por la edad, sino por la locura que supone la rutina y la actitud de servicio, más quemante para una mente inquieta y lo que casi seguro debió ser un corazón viajero, que cualquier otra cosa en este mundo.
Si podemos aceptar el trato que los escritores, las escritoras en este caso, con más de dos dedos de frente, nos proponen, seguramente lo vamos a pasar mejor, caminaremos hacia la gratitud cada hora de la existencia, felices de encontrar voces que nos quitan las etiquetas de bichos raros con la facilidad con que un gorila de zoo alumbraría el oscuro rincón de un muelle portuario con la luz de una linterna prestada.
Elise encuentra ropas verdes de terciopelo, encuentra un idilio consigo misma, un perdón que le ha sido negado muchas veces, una libertad insospechada.
Elise guarda en sus oídos la canción del mar, y se guarda la utopía en el regazo y la acaricia como un gato, sin saber realmente si podría hacer algo más que lo que hace, si podría intentar vivir de otra manera, aunque en el fondo sabe que no lo está haciendo mal del todo, porque en la ocultación de la sombra a los que amamos también está el principio de todo amor, es bueno que nos perciban sólo como vemos a la luna, la parte visible como inspiración de toda belleza, pero la cara oculta, ésa nos pertenece sólo a nosotros como individuos.
Elise está encontrando un camino nuevo, y en la mochila lleva muchas voces de mujeres que ya vivieron y dejaron libros en los que la gente no pretende caer bien, está dejándose atrás el disfraz de jovencita que desea embaucar a todos, (ya no le sale bien, las jovencitas  de 50 suenan a música de circo y a fragilidad impostada), está empezando a darse permiso.
Elise busca, y Elise encuentra.


Despedida

Creo que abrí este blog en el año 2009, y hoy decido que lo cierro,once años después;no deja de ser una friolera, teniendo en cuenta la gent...