domingo, 26 de julio de 2020

Las mascotas de Dios

A raíz de unos días delicados con una de las perras, con visitas al veterinario y alguna angustia añadida por la edad y sin saber muy bien cómo evolucionaría, se me ha ocurrido que si todo fuera así en el orden cósmico desconocido y nuestro tiempo se determinara por la voluntad de algunos seres superiores, ahí podría estar la explicación de por qué el destino de algunos es tan dramático y el de otros tan amable. Cuando alguien muy cercano a mí en ADN soltó el típico comentario de que a un perro de once años hay que empezar a considerarle como una fuente de problemas y bueno, quizá no está lejano el momento, el glorioso momento en que decidimos quitar del medio a la mascota por asepsia emocional y económica. Tampoco la situación era para eso, pero si es esto lo primero que piensa mucha gente al hablarle de los achaques de un animal sólo por la edad, imagináis que Dios sentado en su trono, al oír las quejas de salud de los humanos, pensara según si está triste o desmotivado, bueno, mira, a ésta no la quiero mantener más, que la parta un rayo ahora mismo, y a éste que tiene cirrosis pues que sea galopante, venga, que me viene muy mal llevarlo a san Gabriel que le sople en el hígado y acabemos con el sufrimiento, en cambio otro día una tal Josefina, mascota occidental de mediana edad, superará una crisis tremenda y gravísima y aunque nadie contaba con ella, decide ese día echarle cuenta y poner su mano y se salva. Igual con aquellos que nacen en lugares de conflicto, países poco relevantes, mestizos o en guerra y pobreza, que es la peor forma de abandonar a los seres humanos, (y aunque esto no lo hace Dios sino otros seres humanos, como ya se sabe), también en las perreras unos chuchos tienen suerte y otros no, y eso debe ser porque hay días en los que Alguien decide luchar por ellos. Espera a ver, seguro que hay soluciones, vamos a curar, reparemos, tengamos esperanza. La esperanza es el caldo de cultivo de la vida con el que se calientan las flores que esperan los rayos de sol, y las aves migratorias que completan un ciclo sin pensar que pueden caer por el camino. He visto en mis sueños un parque de criaturas que somos todos, y sobre algunas hay un dueño solícito que lo ama y sobre otros muchos una panda de desidia y descrédito; así también con los padres y las madres, con los que han dado un fruto destinado sólo a ser amado o bien dedicado a la productividad, o a la costumbre de los días meseta, de la caravana de obligaciones y responsabilidades, un fruto que se verá a sí mismo como digno o indigno según esa corriente, según los ojos con que lo hayan mirado. Y he experimentado el gozo de saber que mi amor en estas cuatro esquinas es suficiente para que las cosas renazcan poquito a poco, y con tales prendas derribaré muros hasta el último de mis días. Ahora sólo falta saber qué tipo de mascota soy para el Señor que me mira desde las alturas, aunque es bastante posible que mientras escribo esto no esté mirando siquiera.

jueves, 23 de julio de 2020

ON/OFF

Yo no funciono así, le dije, y era una de las mayores verdades que he dicho en los últimos meses. No puedo funcionar como una máquina de tabaco, lo siento. Me doy cuenta de esto sobre todo en vacaciones, que es cuando en teoría el reloj nos pertenece y nos vende una sensación de libertad que se agotará enseguida. Quién no ha veraneado en hoteles, antes de estos vientos de miedo y sospecha, y ha percibido el hastío de las familias, de las parejas, en las zonas de baño o en la comida servida en buffets o en la pista de baile a la hora de las copas; quién no ha tenido ganas de levantarse de la tumbona para volver a la habitación a comprar un billete de avión por internet con el que volar al día siguiente temprano y dejar a la familia atrás, tan lejos tan lejos que enseguida tenga la capacidad de convertirse en un recuerdo amado, que es lo que nos pasa siempre cuando nos alejamos de la gente que queremos, mientras que estando demasiado juntos la cosa se complica y a veces es veneno lo que corre por las venas. Todo esto lo pensaba un personaje de ficción llamado por ejemplo Amelia, mientras con una blusa de playa muy chula cruza las piernas y conversa con el camarero, que es de su ciudad (le dice el nombre del barrio, y Amelia enseguida piensa qué suerte, qué reflejos tuvo el camarero en su juventud, salir por patas de aquel lugar al que recuerda como una aglomeración de bloques de pisos con miles de bares, tascas, colegios y mercados donde también abunda el menudeo de droga, o eso es lo que se dice, y cambiarlo por una isla maravillosa también superpoblada, vale, pero repleta de palmeras y piscinas que algún día el camarero también puede disfrutar, mucho mejor que vivir en el infierno veraniego de los 45 grados ahogados con cerveza fría en el que muchos nos hemos criado),y añade en la conversación trivial a Pepe, su marido, que normalmente dice a todo que sí aunque la mitad de las veces quisiera decir que no, y no se atreve. Amelia se ha sentido en la obligación de pasarlo bien porque todos los días ve un barco desde la terraza del hotel, mientras se toma un café Nespresso, y piensa que esto es la felicidad. Y lo es. Pero también es una felicidad encapsulada como las pastillas, para tomar en las comidas o en tal época del año, luego los lunes por la mañana, los laborales, ya se sabe que ni barco ni café ni reposo, sólo prisas y malos tragos y caretos de gente que te importa una mierda igual que tú a ellos con los que sacar adelante un desierto de horas estériles pero saciados de experiencias desagradables. Yo no funciono así, dijo Amelia, no quiero tener horarios ni plantillas ni cuadrantes, no quiero que todo el mundo sepa qué estoy haciendo según el día de la semana, y que mi cerebro se ponga a la defensiva ante el madrugón de gladiador sin sueldo con el que me obsequian cada mañana hasta que las mañanas se convierten en semanas y las semanas en meses y los meses en años, y así hasta morir sobre la arena sucia del circo. Pepe nunca quería follar y Amelia últimamente tampoco; leyendo el libro de Noemi Casquet, una loca del coño muy recomendable. se había tranquilizado porque hay personas de todo tipo, y el sexo tampoco es una obligación, aunque lo diga la literatura, el cine o los manuales de vida sana. Pero a lo mejor sí lo es, a lo mejor un día tengo ganas otra vez, y qué, no sé, dependerá de mis apetencias, digo yo, de las mareas o de la luna o de la persona que se me cruce, ésa y no otra es la verdadera libertad, sin que lo que diga mi carnet de identidad o mi estado civil tenga la más mínima importancia. Pienso mucho en ello últimamente, se dijo Amelia, en eso de la libertad personal. Y sé que algún día educarán a la gente para vivir solos como ya nacemos solos  e igualmente morimos, sé que la gente se cansará de las etiquetas  y del rollo del amor  y de los períodos vacacionales, y de vivir como monos amaestrados en el culo del sistema, y también sé que es cuestión de tiempo que yo consiga encajar en mi zona de tiempo biológico sin regalárselo a nadie, sin venderme por nadie, por mucho que ame y sostenga el equilibrio que nos toca siempre mantener a las mujeres, esa pieza clave con la que se sujetan los micro mundos domésticos y sociales, aquí y en la Conchinchina, la mayoría sujetando el palo de la vela con todas nuestras fuerzas o gran parte de ellas, aunque sea con cosas elementales como poner una olla al fuego o tirar papeles viejos en un momento de hartazgo. Sé que quedaremos en este hotel y te lo contaré, Pepe, te lo contaré. Y seremos buenos amigos, ni tendrás que disimular que me deseas ni yo sufrir porque no lo haces, toda esa basura habrá pasado a un segundo plano, desde la libertad los estudios socioeconómicos y las expectativas mediocres importan menos que la carta natal de Donald Trump. Vendré aquí y te lo contaré, Pepe, cuando ya no tengamos que accionar el botón de ON nunca más, porque siempre estaremos despiertos, siempre estaremos encendidos, todo el tiempo de nuestra vida, sin ayuda de ningún calendario. Pero Pepe se ha levantado, no ha oído nada porque Amelia no ha dicho nada, sólo lo ha pensado, pero no ha emitido palabra alguna; Pepe dice que se va a echar un poco, pero lo que realmente va a hacer es escribirle un whatsapp a una ex cuñada que siempre le cayó muy bien y con la que sigue en contacto, en plan cordial, sin pretensiones, y quizá meterse en Google para jugar a que reserva un billete de avión para uno solo con destino Lanzarote, aunque por supuesto no confirmará la reserva ni dará intro a la forma de pago.

viernes, 10 de julio de 2020

El rencor de los días sucios

Miro con resentimiento mi ropa en el armario. Me queda poca porque he donado al contenedor todo lo que no me ponía, aunque todavía quedan cosas; luego echaré de menos esa blusa sin mangas con la torre Eiffel en el frontal, una blusa con forro a la que no le pasaba nada, ni tenía manchas ni se le había ido el color, pero simplemente estaba harta de verla, así como la camisa de cuadros con la que solía pasear a las perras y que he conservado mucho más tiempo del necesario sólo porque él me dijo cuando la compré que "era chula". Como no suele decir nada referente a las cosas que me compro, le cogí un especial cariño a la camisa que había sido capaz de inspirar esas palabras suyas, y aunque me daba coraje porque se puso ancha y se caía de un lado y se veía la tira del sujetador, la guardé ahí para poder sentirme chula en cualquier momento; pero estas vacaciones ya no se quedará más, se ha ido con el resto de cosas, y ahora de una barra me cuelgan cosas floreadas que he comprado en Amazon, algunas camisas del HM, la eterna falda vaquera de gorda con la que puedes ir lo mismo a trabajar que a echar gasolina, cuatro pares de pantalones que ya no me puedo poner porque desde que me han operado es mejor no llevar el vientre apretado, y dos vestidos, uno de seda y otro de manga larga en color ocre y dibujo como de cenefa  con el que me abrazó el médico que le dio el alta a mi padre el 8 de Marzo en el Virgen del Rocío, el mismo con el que quince días antes había cogido un taxi yéndome yo de alta con mi hija de la mano y una jauría de perros mordientes en el vientre, con mis cicatrices frescas igual que cuando la cesárea, y es que es suelto y cómodo para poder ir vestida de convaleciente aunque también sirve para trabajar o aparentar normalidad, porque es tipo bambola. Ahora todo eso está ahí, más un montoncillo de ropa deportiva que ya no uso, pero que sé que voy a tener que volver a usar; y todo lo miro con hartazgo, con resentimiento. Hoy es viernes, no hace calor por las noches y he mejorado de ánimo, pero cuando empecé esta entrada creo que era martes y hacía un calor que salía de las tripas del diablo, y no sé qué hice, pero repasé mis notas para las vacaciones y no estaba consiguiendo casi nada de lo pactado por mí, y los dolores de barriga y la expectación de las digestiones y el paso de los dorados días de asueto me  cantaban una canción de amargura y desespero. Pregunté en Facebook si era posible deprimirse en vacaciones, pero las respuestas no fueron clarificadoras, y lo dejé estar. Quizá estoy cabreada porque esta forma de vida es una especie de pacto constante con uno mismo para no desfallecer, para no caer bajo la ráfaga de horarios y objetivos pueriles, ( a los que tendré que volver después de esta golosina de 32 días), o quizá lo estoy porque mi cuerpo ya no quiere tirar de mí, ahora soy yo la que debe llevar el carro, restringir sofocones, atracones, placeres que ya no lo son, asumir la pérdida de fuerza que supone llegar a vieja, y a pesar de todo sonreír, porque todos conocemos gente amarga y gente dulce, y desde luego nadie desea que la amargura gane la partida. Me siento como si desde mi caos interno, esta guerra para una sola que lucha con otras que son la misma, pudiera sin embargo vislumbrar con ternura la esperanza; tengo gente amiga que están por ahí, indignados o refunfuñando ante las noticias, pero que son grandísimas personas, y no tienen relevancia alguna en ningún aspecto laboral ni social; pero son un ejército de luciérnagas con el que me gusta alumbrarme el camino, aunque ellos no lo saben , creo que ni siquiera lo sospechan, porque me cuesta llamar por teléfono aunque esté de vacaciones, me cuesta escribir, porque me cuesta todo, y no saben ni siquiera cuánto los amo desde ese lugar silencioso en el que estoy sentada con dolor de tetas, pensando en la vida igual que cuando tenía quince años, sabiendo a ciencia cierta que nunca he hecho más que sobrevivir y no vivir, y reconociendo esta incapacidad para disfrutar del presente, contando ya los días que me quedan para volver a la jaula, a la laboral, porque en la otra, la doméstica, me siento bien, igual que los pájaros cantores que ya no sabrían vivir volando. Desde este lugar, como digo, mi corazón se expande como una cometa que nadie puede ver, pero de mí sale un amor desconocido que reconoce los esfuerzos de todos y cada uno en sus luchas particulares, y creo que en este puerto de inactividad desde el que ya no sale ningún barco, miro flotar el mundo a duras penas, por el bien de los jóvenes y de todos aquellos que atesoran buena voluntad. Ahora que los días sucios se me están pasando, volveré a escribir y quizá pueda llegar a alguna conclusión, como que la ropa colgada de la barra está pidiendo a gritos otra mujer a la que enfundarse, alguien con fe y valor como para llenar aunque sea un vasito de yogur, no sé, algo.

Despedida

Creo que abrí este blog en el año 2009, y hoy decido que lo cierro,once años después;no deja de ser una friolera, teniendo en cuenta la gent...