viernes, 10 de julio de 2020

El rencor de los días sucios

Miro con resentimiento mi ropa en el armario. Me queda poca porque he donado al contenedor todo lo que no me ponía, aunque todavía quedan cosas; luego echaré de menos esa blusa sin mangas con la torre Eiffel en el frontal, una blusa con forro a la que no le pasaba nada, ni tenía manchas ni se le había ido el color, pero simplemente estaba harta de verla, así como la camisa de cuadros con la que solía pasear a las perras y que he conservado mucho más tiempo del necesario sólo porque él me dijo cuando la compré que "era chula". Como no suele decir nada referente a las cosas que me compro, le cogí un especial cariño a la camisa que había sido capaz de inspirar esas palabras suyas, y aunque me daba coraje porque se puso ancha y se caía de un lado y se veía la tira del sujetador, la guardé ahí para poder sentirme chula en cualquier momento; pero estas vacaciones ya no se quedará más, se ha ido con el resto de cosas, y ahora de una barra me cuelgan cosas floreadas que he comprado en Amazon, algunas camisas del HM, la eterna falda vaquera de gorda con la que puedes ir lo mismo a trabajar que a echar gasolina, cuatro pares de pantalones que ya no me puedo poner porque desde que me han operado es mejor no llevar el vientre apretado, y dos vestidos, uno de seda y otro de manga larga en color ocre y dibujo como de cenefa  con el que me abrazó el médico que le dio el alta a mi padre el 8 de Marzo en el Virgen del Rocío, el mismo con el que quince días antes había cogido un taxi yéndome yo de alta con mi hija de la mano y una jauría de perros mordientes en el vientre, con mis cicatrices frescas igual que cuando la cesárea, y es que es suelto y cómodo para poder ir vestida de convaleciente aunque también sirve para trabajar o aparentar normalidad, porque es tipo bambola. Ahora todo eso está ahí, más un montoncillo de ropa deportiva que ya no uso, pero que sé que voy a tener que volver a usar; y todo lo miro con hartazgo, con resentimiento. Hoy es viernes, no hace calor por las noches y he mejorado de ánimo, pero cuando empecé esta entrada creo que era martes y hacía un calor que salía de las tripas del diablo, y no sé qué hice, pero repasé mis notas para las vacaciones y no estaba consiguiendo casi nada de lo pactado por mí, y los dolores de barriga y la expectación de las digestiones y el paso de los dorados días de asueto me  cantaban una canción de amargura y desespero. Pregunté en Facebook si era posible deprimirse en vacaciones, pero las respuestas no fueron clarificadoras, y lo dejé estar. Quizá estoy cabreada porque esta forma de vida es una especie de pacto constante con uno mismo para no desfallecer, para no caer bajo la ráfaga de horarios y objetivos pueriles, ( a los que tendré que volver después de esta golosina de 32 días), o quizá lo estoy porque mi cuerpo ya no quiere tirar de mí, ahora soy yo la que debe llevar el carro, restringir sofocones, atracones, placeres que ya no lo son, asumir la pérdida de fuerza que supone llegar a vieja, y a pesar de todo sonreír, porque todos conocemos gente amarga y gente dulce, y desde luego nadie desea que la amargura gane la partida. Me siento como si desde mi caos interno, esta guerra para una sola que lucha con otras que son la misma, pudiera sin embargo vislumbrar con ternura la esperanza; tengo gente amiga que están por ahí, indignados o refunfuñando ante las noticias, pero que son grandísimas personas, y no tienen relevancia alguna en ningún aspecto laboral ni social; pero son un ejército de luciérnagas con el que me gusta alumbrarme el camino, aunque ellos no lo saben , creo que ni siquiera lo sospechan, porque me cuesta llamar por teléfono aunque esté de vacaciones, me cuesta escribir, porque me cuesta todo, y no saben ni siquiera cuánto los amo desde ese lugar silencioso en el que estoy sentada con dolor de tetas, pensando en la vida igual que cuando tenía quince años, sabiendo a ciencia cierta que nunca he hecho más que sobrevivir y no vivir, y reconociendo esta incapacidad para disfrutar del presente, contando ya los días que me quedan para volver a la jaula, a la laboral, porque en la otra, la doméstica, me siento bien, igual que los pájaros cantores que ya no sabrían vivir volando. Desde este lugar, como digo, mi corazón se expande como una cometa que nadie puede ver, pero de mí sale un amor desconocido que reconoce los esfuerzos de todos y cada uno en sus luchas particulares, y creo que en este puerto de inactividad desde el que ya no sale ningún barco, miro flotar el mundo a duras penas, por el bien de los jóvenes y de todos aquellos que atesoran buena voluntad. Ahora que los días sucios se me están pasando, volveré a escribir y quizá pueda llegar a alguna conclusión, como que la ropa colgada de la barra está pidiendo a gritos otra mujer a la que enfundarse, alguien con fe y valor como para llenar aunque sea un vasito de yogur, no sé, algo.

3 comentarios:

Francisco Espada dijo...

Dice el principio del vacío, con toda su lógica, que de donde no se saca no se puede meter. Tenemos los armarios hasta arriba de cosas que posiblemente no volvamos a ponernos y tan solo ocupan espacio y dudas a la hora de vestirnos. Soy de aquel tiempo de la ropa de diario y la de los domingo, y de aquel entonces nos hemos plantado en armarios a rebosar para ponernos casi siempre lo mismo con pequeñas rotaciones. ¡Siéntete satisfecha, has hecho lo que tenías que hacer!
Un abrazo.

Erik dijo...

Ay pues yo después de un mes hecho unos zorros ( y de digestiones como dices, pero que no se si eran o no eran) he tenido que sacar toda esa ropa que no me entraba (-6kg) menos mal que no la tire. Hoy ya me he podido poner ese pijama corto que durante todo ese mes no me ponía poner por que no soportaba el elástico a pesar de no ser nada estrechos.

Así es que me alegro de no haber tirado toda esa ropa.

Nos animaremos y a ver que tal el verano ya que no tuvimos primavera.

Beso

El Drac dijo...

Tú escrito me ha traído a la mente ése comentario (creo que de Lennon) "La vida, es eso que pasa mientras estamos haciendo otras cosas" Mi madre también se la pasa el día revisando su closet, remendando, repasando recuerdos. Yo, en Internet, conociendo, investigando, enterándome de las noticias ; llenando mis días de intelectualidad y conocimiento virtual, todo lo que agote mis últimos días de vida y me haga olvidar la soledad. Creo que es la enfermedad de moda

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