domingo, 30 de agosto de 2020

Despedida

Creo que abrí este blog en el año 2009, y hoy decido que lo cierro,once años después;no deja de ser una friolera, teniendo en cuenta la gente que se ha ido en este tiempo, de mi vida y de la vida en general. No hay mal ni bien que cien años dure, ni cuerpo que lo resista, y temerosa de la peor tristeza emocional en años, que será cuando las hojas del otoño covid empiecen a caer como lágrimas secas, me pongo a la tarea de poner un punto final a este libro que es el libro de una buena parte de mi vida.Podría dejarlo abierto y a la deriva, como la mayoría de blogs que flotan en la red cuyos dueños ya no están por muertos o aburridos, pero este amado mío merece un cierre como toda buena novela, que el lector hipotético visible o invisible pueda oír una sonora contraportada alejándose por el pasillo mental de un guión acabado. Hemos cambiado de era,ya no están de moda los blogs, ahora llevamos mascarilla, la incertidumbre nos rodea con sus brazos gélidos y como siempre cada uno lo llevará como su corazón o su espíritu le diga, o en palabras de un personaje del libro que me acaba de regalar el otro amado, "de la vida no se saca más que lo que uno pone", y yo pienso poner toda la pasión que pueda.Si me tengo que inventar salones para poner sofás lo haré, si me tengo que inventar otra Reyes para esta edad marchita, la edad de las doblegaciones, de la aceptación,del tiempo que se agota,lo haré o al menos lo intentaré como he hecho desde la primera luz, aunque ni yo misma tenía conciencia de que en el fondo era valiente.Lo que sí he sido siempre es una inconsciente, puesto que he seguido adelante sin pensar si valía la pena o no,he sido más bien el burrito cargado de alforjas pequeñas pero que de una manera o de otra no quería dejar de caminar.Sólo me arrepiento de aquellas veces en que alguien decidió por mí.Actualmente releo las notas que me dejo por todas partes y sé claramente que lo que antes me valía ya no me sirve, y entre esas cosas está contar mi vida a cachos embellecidos como hacía en el blog, que fue el espejo con el que atrapé a tanta gente significativa que todavía está. Doy gracias por todo ello, por todo lo vivido y expresado,y abro la ventana a los nuevos tiempos,desde donde se ve el paisaje del futuro, más menguado que el patio trasero, donde reposan las luchas y las frustraciones de la juventud; qué sendero tan corto en comparación, qué penita que esta vida tenga que acabarse, porque como supo la princesa Kaguya, y lo explicaba magistralmente cuando intentaba explicarla,es curiosa y brutalmente bella, con todo su cansancio.Podría decir que quiero vivir el tiempo restante intensamente, pero no es ésa la intención, más bien es una claudicación, una escala de prioridades, mucho más prosaico el proyecto de simplemente escribir sin distracciones;resulta que,(y así cuento una última confesión),escribí a editoriales locales para ofrecer mis trapos, convencida de que entrar en la quinta década me daba la madurez suficiente para tomarlo en serio de una vez por todas, y ante mi sorpresa me respondieron para admitir originales. Cuál ha sido mi sorpresa y frustración al comprobar que no tengo ningún trabajo completado, si exceptuamos el librito de las Perseidas (sólo registrado sin que a nadie le interese, esa especie de poemas de bolsillo) y los delfines, ya publicados en la red con Lc Literaturas.com, aunque esto lo considero un regalo que dejo a mi hija a modo de legado personal por si llega el improbable momento en que los quiera leer. Por eso tengo que abrir el ordenador para escribir relatos, y ellos hablarán a través de mí, y puede que en un plazo no superior a siete años consiga acabar algo y ponerlo a secar delante de otros ojos. Os agradezco toda la presencia y toda la ausencia y con amor me despido de aquellos y aquellas que conmigo habéis rozado trayectoria aunque fuera brevemente en lo vital y en lo literario,deseando lo mejor de ahora en adelante.

domingo, 26 de julio de 2020

Las mascotas de Dios

A raíz de unos días delicados con una de las perras, con visitas al veterinario y alguna angustia añadida por la edad y sin saber muy bien cómo evolucionaría, se me ha ocurrido que si todo fuera así en el orden cósmico desconocido y nuestro tiempo se determinara por la voluntad de algunos seres superiores, ahí podría estar la explicación de por qué el destino de algunos es tan dramático y el de otros tan amable. Cuando alguien muy cercano a mí en ADN soltó el típico comentario de que a un perro de once años hay que empezar a considerarle como una fuente de problemas y bueno, quizá no está lejano el momento, el glorioso momento en que decidimos quitar del medio a la mascota por asepsia emocional y económica. Tampoco la situación era para eso, pero si es esto lo primero que piensa mucha gente al hablarle de los achaques de un animal sólo por la edad, imagináis que Dios sentado en su trono, al oír las quejas de salud de los humanos, pensara según si está triste o desmotivado, bueno, mira, a ésta no la quiero mantener más, que la parta un rayo ahora mismo, y a éste que tiene cirrosis pues que sea galopante, venga, que me viene muy mal llevarlo a san Gabriel que le sople en el hígado y acabemos con el sufrimiento, en cambio otro día una tal Josefina, mascota occidental de mediana edad, superará una crisis tremenda y gravísima y aunque nadie contaba con ella, decide ese día echarle cuenta y poner su mano y se salva. Igual con aquellos que nacen en lugares de conflicto, países poco relevantes, mestizos o en guerra y pobreza, que es la peor forma de abandonar a los seres humanos, (y aunque esto no lo hace Dios sino otros seres humanos, como ya se sabe), también en las perreras unos chuchos tienen suerte y otros no, y eso debe ser porque hay días en los que Alguien decide luchar por ellos. Espera a ver, seguro que hay soluciones, vamos a curar, reparemos, tengamos esperanza. La esperanza es el caldo de cultivo de la vida con el que se calientan las flores que esperan los rayos de sol, y las aves migratorias que completan un ciclo sin pensar que pueden caer por el camino. He visto en mis sueños un parque de criaturas que somos todos, y sobre algunas hay un dueño solícito que lo ama y sobre otros muchos una panda de desidia y descrédito; así también con los padres y las madres, con los que han dado un fruto destinado sólo a ser amado o bien dedicado a la productividad, o a la costumbre de los días meseta, de la caravana de obligaciones y responsabilidades, un fruto que se verá a sí mismo como digno o indigno según esa corriente, según los ojos con que lo hayan mirado. Y he experimentado el gozo de saber que mi amor en estas cuatro esquinas es suficiente para que las cosas renazcan poquito a poco, y con tales prendas derribaré muros hasta el último de mis días. Ahora sólo falta saber qué tipo de mascota soy para el Señor que me mira desde las alturas, aunque es bastante posible que mientras escribo esto no esté mirando siquiera.

jueves, 23 de julio de 2020

ON/OFF

Yo no funciono así, le dije, y era una de las mayores verdades que he dicho en los últimos meses. No puedo funcionar como una máquina de tabaco, lo siento. Me doy cuenta de esto sobre todo en vacaciones, que es cuando en teoría el reloj nos pertenece y nos vende una sensación de libertad que se agotará enseguida. Quién no ha veraneado en hoteles, antes de estos vientos de miedo y sospecha, y ha percibido el hastío de las familias, de las parejas, en las zonas de baño o en la comida servida en buffets o en la pista de baile a la hora de las copas; quién no ha tenido ganas de levantarse de la tumbona para volver a la habitación a comprar un billete de avión por internet con el que volar al día siguiente temprano y dejar a la familia atrás, tan lejos tan lejos que enseguida tenga la capacidad de convertirse en un recuerdo amado, que es lo que nos pasa siempre cuando nos alejamos de la gente que queremos, mientras que estando demasiado juntos la cosa se complica y a veces es veneno lo que corre por las venas. Todo esto lo pensaba un personaje de ficción llamado por ejemplo Amelia, mientras con una blusa de playa muy chula cruza las piernas y conversa con el camarero, que es de su ciudad (le dice el nombre del barrio, y Amelia enseguida piensa qué suerte, qué reflejos tuvo el camarero en su juventud, salir por patas de aquel lugar al que recuerda como una aglomeración de bloques de pisos con miles de bares, tascas, colegios y mercados donde también abunda el menudeo de droga, o eso es lo que se dice, y cambiarlo por una isla maravillosa también superpoblada, vale, pero repleta de palmeras y piscinas que algún día el camarero también puede disfrutar, mucho mejor que vivir en el infierno veraniego de los 45 grados ahogados con cerveza fría en el que muchos nos hemos criado),y añade en la conversación trivial a Pepe, su marido, que normalmente dice a todo que sí aunque la mitad de las veces quisiera decir que no, y no se atreve. Amelia se ha sentido en la obligación de pasarlo bien porque todos los días ve un barco desde la terraza del hotel, mientras se toma un café Nespresso, y piensa que esto es la felicidad. Y lo es. Pero también es una felicidad encapsulada como las pastillas, para tomar en las comidas o en tal época del año, luego los lunes por la mañana, los laborales, ya se sabe que ni barco ni café ni reposo, sólo prisas y malos tragos y caretos de gente que te importa una mierda igual que tú a ellos con los que sacar adelante un desierto de horas estériles pero saciados de experiencias desagradables. Yo no funciono así, dijo Amelia, no quiero tener horarios ni plantillas ni cuadrantes, no quiero que todo el mundo sepa qué estoy haciendo según el día de la semana, y que mi cerebro se ponga a la defensiva ante el madrugón de gladiador sin sueldo con el que me obsequian cada mañana hasta que las mañanas se convierten en semanas y las semanas en meses y los meses en años, y así hasta morir sobre la arena sucia del circo. Pepe nunca quería follar y Amelia últimamente tampoco; leyendo el libro de Noemi Casquet, una loca del coño muy recomendable. se había tranquilizado porque hay personas de todo tipo, y el sexo tampoco es una obligación, aunque lo diga la literatura, el cine o los manuales de vida sana. Pero a lo mejor sí lo es, a lo mejor un día tengo ganas otra vez, y qué, no sé, dependerá de mis apetencias, digo yo, de las mareas o de la luna o de la persona que se me cruce, ésa y no otra es la verdadera libertad, sin que lo que diga mi carnet de identidad o mi estado civil tenga la más mínima importancia. Pienso mucho en ello últimamente, se dijo Amelia, en eso de la libertad personal. Y sé que algún día educarán a la gente para vivir solos como ya nacemos solos  e igualmente morimos, sé que la gente se cansará de las etiquetas  y del rollo del amor  y de los períodos vacacionales, y de vivir como monos amaestrados en el culo del sistema, y también sé que es cuestión de tiempo que yo consiga encajar en mi zona de tiempo biológico sin regalárselo a nadie, sin venderme por nadie, por mucho que ame y sostenga el equilibrio que nos toca siempre mantener a las mujeres, esa pieza clave con la que se sujetan los micro mundos domésticos y sociales, aquí y en la Conchinchina, la mayoría sujetando el palo de la vela con todas nuestras fuerzas o gran parte de ellas, aunque sea con cosas elementales como poner una olla al fuego o tirar papeles viejos en un momento de hartazgo. Sé que quedaremos en este hotel y te lo contaré, Pepe, te lo contaré. Y seremos buenos amigos, ni tendrás que disimular que me deseas ni yo sufrir porque no lo haces, toda esa basura habrá pasado a un segundo plano, desde la libertad los estudios socioeconómicos y las expectativas mediocres importan menos que la carta natal de Donald Trump. Vendré aquí y te lo contaré, Pepe, cuando ya no tengamos que accionar el botón de ON nunca más, porque siempre estaremos despiertos, siempre estaremos encendidos, todo el tiempo de nuestra vida, sin ayuda de ningún calendario. Pero Pepe se ha levantado, no ha oído nada porque Amelia no ha dicho nada, sólo lo ha pensado, pero no ha emitido palabra alguna; Pepe dice que se va a echar un poco, pero lo que realmente va a hacer es escribirle un whatsapp a una ex cuñada que siempre le cayó muy bien y con la que sigue en contacto, en plan cordial, sin pretensiones, y quizá meterse en Google para jugar a que reserva un billete de avión para uno solo con destino Lanzarote, aunque por supuesto no confirmará la reserva ni dará intro a la forma de pago.

viernes, 10 de julio de 2020

El rencor de los días sucios

Miro con resentimiento mi ropa en el armario. Me queda poca porque he donado al contenedor todo lo que no me ponía, aunque todavía quedan cosas; luego echaré de menos esa blusa sin mangas con la torre Eiffel en el frontal, una blusa con forro a la que no le pasaba nada, ni tenía manchas ni se le había ido el color, pero simplemente estaba harta de verla, así como la camisa de cuadros con la que solía pasear a las perras y que he conservado mucho más tiempo del necesario sólo porque él me dijo cuando la compré que "era chula". Como no suele decir nada referente a las cosas que me compro, le cogí un especial cariño a la camisa que había sido capaz de inspirar esas palabras suyas, y aunque me daba coraje porque se puso ancha y se caía de un lado y se veía la tira del sujetador, la guardé ahí para poder sentirme chula en cualquier momento; pero estas vacaciones ya no se quedará más, se ha ido con el resto de cosas, y ahora de una barra me cuelgan cosas floreadas que he comprado en Amazon, algunas camisas del HM, la eterna falda vaquera de gorda con la que puedes ir lo mismo a trabajar que a echar gasolina, cuatro pares de pantalones que ya no me puedo poner porque desde que me han operado es mejor no llevar el vientre apretado, y dos vestidos, uno de seda y otro de manga larga en color ocre y dibujo como de cenefa  con el que me abrazó el médico que le dio el alta a mi padre el 8 de Marzo en el Virgen del Rocío, el mismo con el que quince días antes había cogido un taxi yéndome yo de alta con mi hija de la mano y una jauría de perros mordientes en el vientre, con mis cicatrices frescas igual que cuando la cesárea, y es que es suelto y cómodo para poder ir vestida de convaleciente aunque también sirve para trabajar o aparentar normalidad, porque es tipo bambola. Ahora todo eso está ahí, más un montoncillo de ropa deportiva que ya no uso, pero que sé que voy a tener que volver a usar; y todo lo miro con hartazgo, con resentimiento. Hoy es viernes, no hace calor por las noches y he mejorado de ánimo, pero cuando empecé esta entrada creo que era martes y hacía un calor que salía de las tripas del diablo, y no sé qué hice, pero repasé mis notas para las vacaciones y no estaba consiguiendo casi nada de lo pactado por mí, y los dolores de barriga y la expectación de las digestiones y el paso de los dorados días de asueto me  cantaban una canción de amargura y desespero. Pregunté en Facebook si era posible deprimirse en vacaciones, pero las respuestas no fueron clarificadoras, y lo dejé estar. Quizá estoy cabreada porque esta forma de vida es una especie de pacto constante con uno mismo para no desfallecer, para no caer bajo la ráfaga de horarios y objetivos pueriles, ( a los que tendré que volver después de esta golosina de 32 días), o quizá lo estoy porque mi cuerpo ya no quiere tirar de mí, ahora soy yo la que debe llevar el carro, restringir sofocones, atracones, placeres que ya no lo son, asumir la pérdida de fuerza que supone llegar a vieja, y a pesar de todo sonreír, porque todos conocemos gente amarga y gente dulce, y desde luego nadie desea que la amargura gane la partida. Me siento como si desde mi caos interno, esta guerra para una sola que lucha con otras que son la misma, pudiera sin embargo vislumbrar con ternura la esperanza; tengo gente amiga que están por ahí, indignados o refunfuñando ante las noticias, pero que son grandísimas personas, y no tienen relevancia alguna en ningún aspecto laboral ni social; pero son un ejército de luciérnagas con el que me gusta alumbrarme el camino, aunque ellos no lo saben , creo que ni siquiera lo sospechan, porque me cuesta llamar por teléfono aunque esté de vacaciones, me cuesta escribir, porque me cuesta todo, y no saben ni siquiera cuánto los amo desde ese lugar silencioso en el que estoy sentada con dolor de tetas, pensando en la vida igual que cuando tenía quince años, sabiendo a ciencia cierta que nunca he hecho más que sobrevivir y no vivir, y reconociendo esta incapacidad para disfrutar del presente, contando ya los días que me quedan para volver a la jaula, a la laboral, porque en la otra, la doméstica, me siento bien, igual que los pájaros cantores que ya no sabrían vivir volando. Desde este lugar, como digo, mi corazón se expande como una cometa que nadie puede ver, pero de mí sale un amor desconocido que reconoce los esfuerzos de todos y cada uno en sus luchas particulares, y creo que en este puerto de inactividad desde el que ya no sale ningún barco, miro flotar el mundo a duras penas, por el bien de los jóvenes y de todos aquellos que atesoran buena voluntad. Ahora que los días sucios se me están pasando, volveré a escribir y quizá pueda llegar a alguna conclusión, como que la ropa colgada de la barra está pidiendo a gritos otra mujer a la que enfundarse, alguien con fe y valor como para llenar aunque sea un vasito de yogur, no sé, algo.

domingo, 21 de junio de 2020

Parte

El parte de hoy dice que las hormigas siguen donde estaban, que la abuela sigue también intentando encontrar una línea de la que no desviarse para no desesperar, intenta no pensar cuántos años lleva en esa lucha de mañana, mañana lo haré mejor, bueno, más o menos lo mismo que el resto de los mortales, es lo que nos toca, y también está aprendiendo que las cifras son prejuicios que tendrá que desechar, quizá la cuántica pueda ayudarle en eso, y las series fantásticas de Netflix, y el maravilloso polvo dorado que recubre a las cosas cuando uno acepta la vida. Ése y no otro es el contenido del parte de hoy, el parte del pulpo a la plancha y el vino blanco, la sustitución de la dejadez por la voluntad y del dolor por alegría. Y no hay más, queridos lectores. Seguiremos informando.

domingo, 24 de mayo de 2020

La abuela

La abuela ha salido a comprar mientras pensaba en sus cosas . Ha comprado la comida de la semana y ha vuelto a renunciar a poder comprar un saco de mantillo para las macetas. El chino que está al lado del Dia sigue cerrado. Bueno. La semana que viene será. La abuela ha parado antes en la droguería donde tampoco ha encontrado guantes así que se ha conformado con comprar polvo insecticida contra hormigas, limpiador de suelo, bolsas perfumadas para las perchas de la ropa y un bote de gel del Instituto español que huele a gloria. Y según le ha contado la adolescente informada que vive en su casa y que de vez en cuando sale de su cuarto,no testa en animales, razón de más para apoyar a esta empresa andaluza. Esto le ha creado un poco de confusión moral porque no sabe si es justo comprar productos que no maltratan animales y al mismo tiempo mata hormigas . Ambas cosas pertenecen al mismo tiket. Pero es que está muy harta de picotazos en la puerta de casa , mientras abre el buzón o mete la llave. Son duras y agresivas, están como locas, se lo comen todo incluyendo el propio buzón y el timbre que lleva años estropeado. Se mueven rabiosas como fachas en pandemia. Luego en el parking, se ha encontrado al abuelo que ya salía con su propia compra (una lista de cosas más caras y más simples) y que la ha esperado para ayudarla con la carga y descarga en casa. Cuando volvía en el coche, ya sola otra vez, ha visto que en el reloj de la farmacia brillaba un número redondo. 40 grados como 40 soles. Yo también, ha pensado de repente, soy una hormiga acalorada. Pero no hace falta que nadie me extermine por agresiva. Que tengo la tensión muy baja.

domingo, 10 de mayo de 2020

Días nublados

Qué suerte tener un pensamiento estructurado, qué suerte vivir como quien diseña una presa o un polideportivo, que hay gente así que planea, estudia y mide y más o menos ése es el rumbo de sus días; sólo cuando todo salta por los aires, (tema recurrente en las películas y también en libros) es cuando toman conciencia de que la vida no es así, es plena, intensa incertidumbre, pero eso a los que son como yo no les llama la atención. Porque el miedo , la cuerda floja, estuvo siempre. Si algo nos está enseñando esto es que hay que reeducarse para vivir el momento presente como el único posible, y sin embargo, qué mal lo llevo. Diríase que siempre tuve mis calendarios infalibles cuando no es verdad, pero mi mente lo intenta, o al menos lo pretende cada vez, mientras al mismo tiempo se pudre por la falta de sorpresas. Quién lo entiende, yo desde luego no. Pero bueno, ahora que no tenemos planes para el verano, es buen momento para tomar conciencia, aunque yo estoy abandonando mucho las pretensiones, no sé si es bueno o malo. Me he suscrito a Netflix y a día de hoy me conformo con llevar imaginariamente la capa de pelos de Utrehb Ragnarsson y abrirme camino entre el miedo y la nostalgia como si llegara a un campamento nuevo cada vez. Me conformo con ser amable con la vieja que empiezo a ser, una dama que provoca las risas de una adolescente porque si le aprietas mucho los brazos, se vuelve blanda y le quedan marcas, me vuelvo más vulnerable, más esponjosa, y hay morbilidad en ello, una especie de dulce borrachera, porque no hay nada malo en ello, es como sentir que estás llegando a un sitio donde la gilipollez y la tensión irán terminando solas; mi cuerpo sigue pareciendo una estampa clásica y casi en su caducidad aprendo a amarlo, con sus ríos azules, bosques y restos de armaduras;en el vientre  llevo una bolsa de agua y estrellas que me duele si camino  más de un kilómetro ,sigo detestando que el trabajo me robe tiempo para mi vida, que se compone básicamente de ensoñaciones, pero que son las mías y de nadie más, y con mucho cuidado y esfuerzos intento que no se me apague la luz. Algunos días, como ayer, los objetos se vuelven insolidarios, como dijo un poeta, y me molesta cada tarea como si fuera una losa, y me arrastro como una toalla por el suelo de mi cabeza, son días nublados en los que el asistente de mi teléfono me pregunta si necesito que me cuente un chiste, así tendré la carita, pero sólo hay que abandonarse, dejarlos pasar, y luego llegará la luz para que cada objeto o emoción o pensamiento asuma su verdadera estatura, y no hay más.
Las nubes son mi territorio, y cuando lo cubren todo, sé que están exagerando.

domingo, 12 de abril de 2020

La magia del miedo

Hoy he aprendido, por si acaso no lo sabía, que vivo dos vidas, que soy dos individuas, que no importa nada de lo que me pase pero al mismo tiempo tengo el poder de cambiarlo todo, incluso el curso de los ríos, si me empeño. Mi runrún interior siempre ha sido el mismo, una cascada incesante de quejas y dolor, también de ambiciones miserables, como el comer y el retozar, como el consumir y el trabajar; en mi fuero interno está la niña que amaestraron, a la que enseñaron misa y reconocimiento de los pecados, la que aprendió pronto qué decir para caer bien y qué decir para convertirse en enemiga pública número 1 , al menos en los circuitos del redil. Pero también está la macarra, la que encuentra pegas a todo y siente hervir sarpullidos en su interior cuando el balido de las ovejas empieza a ser demasiado uniforme y conciliador. Cómo he podido mantener la cordura hasta estos días, me pregunto, la verdad que ésta puede ser una buena oportunidad para perderla. No sé si es asunto de la inteligencia o usando términos místicos, del ego, pero me siento incómoda con el pensamiento único, aunque el asunto que tratamos sea un puto virus de origen natural, esto es lo que nos dicen , parecer ser que las últimas entrevistas que he leído a virólogos lo reconocen así, en cuyo caso hasta los más asépticos podrían convenir en que pueda haber un orden natural que se sacuda las moscas cuando las cosas ya están llegando a su límite, y en este planeta lleno de zafios, ignorantes y violentos hace tiempo ya que llegaron y se rebasaron y se volvieron a rebasar, lo cual tampoco significa nada, y si no que le pregunten a los dinosaurios. En lo personal soy humana y como tal no me gusta la distopía de nuestros tiempos, ni ese chorro de cadáveres, un caudal siniestro de devastación que como siempre también sirve para desenmascarar las peores  muecas del rostro humano, los buitres que se desperezan y los cabellos que se mesan entre grupos de población que jamás conoceremos por su nombre. Habría que ver cada historia cómo ha sido, cada abuela que se ha muerto soñando con gasas de colores de cuando era una hermosa mujer y madre de familia, o cada señor avezado en batallas que ha expirado solo en un rincón, como habría que ver cada madre que llora en Oriente por los hijos masacrados en guerras que borran del mapa pueblos enteros que no conocemos tampoco por su nombre y que ya no vamos a conocer, porque ya no existen, sin que esta sangre nos haya tocado nunca ni un pelo de la ropa. Siempre he pensado, viendo a la gente actuar en fenómenos sociales y lúdicos, que esta ignorancia no podía salir gratis porque al final la tragedia nos sacude a todos, pero desisto de esperar compasión entre los que jamás la han tenido, desisto de habitar un país mejor cuando esto pase, porque con el resurgimiento de las ultraderechas he visto y oído demasiado como para saber que no hay esperanza. Ahora bien, a mí que nunca me han faltado palabras, estos días me faltan todas, no ya porque considere una pesadilla todo lo que se está viviendo y oyendo, sino por el espectáculo aterrador de esa falta de conciencia que ya había, ahora aplicado a una nueva forma de vida que hemos tomado por buena, la vía oficial, la única sensata, y aun siguiéndola, aun obedeciendo, nadie tiene en su mano la opción de evitar acabar sus días solo en un rincón, y lo más aterrador de todo, que creo que cualquiera puede imaginar por sí mismo, sin que esto importe en absoluto. Somos ovejas en un camión, algunas creemos estar sanas, otras están ya condenadas, pero ninguna sabemos nada; dependemos de los que nos conducen y nos dicen , ellos también aturullados, por aquí o por allí, no hacen falta mascarillas, ahora sí, lo estamos haciendo bien, ahora mal, vais a morir, vais a vivir, vais a tener una ancianidad digna, seguramente no, vais a volver al trabajo, los elegidos, los esenciales, quizá valéis menos, quizá más, necesitamos héroes, necesitamos admirar a los que mueren en acto de servicio,(lo único bueno que veo en esto es que se cambien los valores, mejor un enfermero que un futbolista y mejor un médico que un monarca), quedaos ahí, quietecitos mientras nosotros pensamos qué hacer, mientras nosotros decidimos cómo actuar.
Y lo hacemos porque estamos muertos de miedo.
Personalmente mi crisis de soledad ocurrió el año que cumplí cuarenta y perdí el trabajo. Mi confinamiento en aquella ocasión fue voluntario; habitaba una casa unifamiliar bastante bonita en un sitio apartado, tenía madre, dos perras y una hija pequeña. En ese momento sólo trabajaba yo. Y perdí el trabajo. Pasé ese invierno confinada comiendo galletas, criando a mi hija como si no pasara nada y viendo llover,(llovió muchísimo aquel invierno) literalmente muerta de miedo mientras cobraba el paro que se agotaba mes a mes y pagaba a duras penas el alquiler, mis sentidos se agudizaron , pero sobre todo aprendí lo que es el miedo. Supe también lo que es la soledad que acarrea este sistema en el que de un día para otro y en función de unos resultados no siempre justos puedes transformarte en otra cosa, desde luego muy poco agradable; tus valores como persona se van con la nómina arrebatada, tu individualidad al irte al desempleo ya no significa nada, todo el que haya vivido esto alguna vez reconocerá cómo se van a la mierda los compañeros de trabajo, las reuniones, las expectativas y el pequeño paraíso personal que supone formar parte de un proyecto; cuando decepcionas, cuando ya no sirves, cuando no has vendido, cuando te has portado mal por lo que sea, te echan y no eres nada, nadie te hace una puta broma, nadie te va a volver a llamar jamás para preguntarte nada, ya no eres nada; con cuarenta años me vi expulsada de la vida, o así me veía yo. Estaba equivocada, claro. Porque una oveja siempre puede pacer en otros prados, a no ser que haya matado por el camino. Si no te ves como un zombie a ti mismo, sabes en tu interior que siempre puedes empezar de cero, puedes cambiar el rumbo como el mismísimo Uthreb a lomos de su caballo; que no es verdad que sólo seas un resultado en una pizarra, que eres alguien que respira y seguramente tiene al menos una porción mínima de autenticidad en su vida, o de belleza, aunque sea del tamaño de un guisante; el fracaso siempre es provisional, lo malo es cuando el fracaso se convierte en una fórmula de existencia para muchas ovejas, y en este caso lo que está demostrando la crisis del virus es que tenemos sociedades en la que demasiada gente, demasiada, son expulsados de la vida cuando ya no tienen nada que hacer en ella, o sea consumir, mantener, trabajar. Todos esos viejos que se han ido de mala manera han sido víctimas de un olvido que ya sufrían antes, o así lo veo yo.
Es por eso que este confinamiento no me está enseñando nada que no supiera. Creo que hay un tipo de persona que sabe lo que hay y yo soy de ese tipo, aunque quiera seguir ilusionándome cada día con mi nombre, mis apellidos, mis seres queridos y todo lo que de verdad me dio un sentido en este viaje, o un motivo para la rebeldía, incluso el daño. Es esa vida que tenemos y que tuvimos  y que deberíamos acabar al menos con el derecho a tener una última palabra con los que amamos, aunque la palabra sea ADIÓS. Para mí pues la mejor lección sería ésa, intentar no  perder la voz interior ni siquiera en los tiempos más crudos cuando el miedo arrecia como un viento salvaje; cuando lo hice, cuando me ignoré y me confiné creyendo las patrañas del sistema, perdí toda mi fuerza y mi esperanza. Por eso , encerrados y aterrados, habrá que seguir preservando una luz aunque sea pequeña y se ahogue en un mar de galletas baratas, aunque nadie más que nosotros pueda verla. Quizá así podamos atraer la mirada benevolente de los dioses y escapar de la indignidad y el abandono. Que cuando nos pille la parca, hayamos hecho el mejor de los mundos posibles al menos en los dos metros que rodean nuestro entorno más cercano. Debajo de una sombrilla mirando pasar las nubes ya estuve muchas veces, no han tenido que confinarme para que aprenda a hacerlo.
Paz para todos.
Amén.

miércoles, 25 de marzo de 2020

La última noche

Imagínate si ésta fuera la última noche, y  no pudiera verte ni tocarte una vez más, aunque fuera para despedirme.
Imagínate morir solo en una habitación llena de desconocidos, sólo en un cuarto así sabrías qué pérdida de tiempo supusieron tantas otras ocasiones en que no me quisiste abrazar. ni se te ocurrió nada que decirme. Imagínate un alba que nacerá sin mí, una jornada deshabitada de mí, ausente incluso en los platos del fregadero que lavé una y otra vez durante años; te confieso que tengo miedo cuando pienso en ello, porque lo irreparable sólo se presenta una vez, no hay ensayos. Todo lo anterior es fantasía, y no podemos calibrar su verdadero peso. Imagina que mañana ya no estoy y quizá de esa manera, puedas echarme de menos.
Quizá todavía quieras reparar mi vacío no  con vendas, sino con besos.
Firmado,
Tu vida

domingo, 22 de marzo de 2020

Cui prodest

¿Qué diría el señor suicida de la vida que ha llevado?
La pregunta sonó en la habitación por la que entraba una luz triste, qué días más raros eran aquéllos, en los que ni el sol andaluz, normalmente tan gitano en un sentido alegre y descuidado, no quería aparecer por si alguien le pedía una buena noticia. Y sin embargo las había, porque siempre se inventa la luz a sí misma incluso en épocas de oscuridad , por ejemplo había llegado la primavera con una bata de flores y de alergias para cubrir las miserias de la gente; lo que pasa es que nadie podía salir a disfrutarla. La última vez que estuve en este blog fue la semana pasada y mira cómo en unos días el mundo se ha vuelto más viejo, se ha cubierto de un manto de silencio como nunca creí que podría experimentar, y la realidad es esa película mala de la que hablaba en la última entrada. Podríamos falsear como hacemos siempre, mis fantasmas y yo, y decir que estas vivencias son la excusa perfecta para extraer moralejas sobre el buen vivir y el no quejarse por tonterías, pero a estas alturas de la vida ya nos conocemos, y sabemos que si mañana se levantara el estado de alarma y fuéramos libres, pasada la primera borrachera de aire limpio, volveríamos  a lo de siempre, ese sistema de actos repetidos con los que pagamos nuestra supervivencia, precisamente la maquinaria que acaba de pararse. Las consecuencias de este parón, de esta avería por así decirlo, todavía no podemos ni imaginarlas, a un nivel económico, así como el coste de vidas que toda crisis sanitaria deja tras de sí. Leyendo compulsivamente estos días, sin embargo sólo se me ocurren ideas que me reconcilian con la angustia y la esperanza a partes iguales ;no hay nada nuevo bajo el sol; si buscáis algo sobre la gripe de 1918, veréis imágenes como las de hoy en Ifema; si escucháis a los voceros de las conspiranoicos, encontraréis fuentes tan dudosas como las ruedas de prensa oficiales, donde unos señores muy serios nos arrojan migajas de información repetida, indecisa, poco clara e inquietante, nos dan las cifras del miedo para que estemos muy quietos como una gacela entre los arbustos, y lo peor es que estamos de acuerdo en perder las libertades más básicas. No estoy defendiendo a los que quieren salir de paseo, puesto que también estoy confinada como todos los ciudadanos sensatos, sin saber cuándo podré salir a alguna parte que no sea el supermercado, sólo me sorprende que en los círculos más íntimos, o en los escaparates de lo zafio que ahora todos tenemos a nuestra disposición, nadie se haga preguntas. Echo de menos que la gente no esté indagando o imaginando el por qué de todo esto, echo de menos que como en Roma, nadie se atreva a elevar un "Cui prodest" lo suficientemente alto y claro como para poner en aprietos a nuestros dirigentes, tan confundidos y humanos como nosotros, por lo que se está viendo, pero mucho más responsables y desde luego mejor remunerados que los esclavitos de primera línea de batalla. Estos días en las páginas de quejas  ciudadanas veo mucha indignación , por ejemplo en la de mi barrio, donde todo el mundo se felicita por el civismo de asumir el confinamiento, pero aparte de la propagación de toda clase de bulos y perseguir con mala baba al adolescente que se sube a la azotea a beber con un colega ( criminalización del semejante, esto es una cosa que no deja de sorprenderme en situaciones de crisis, exactamente igual que en el patio de colegio), dijérase que estamos diseñados para volvernos contra nuestro prójimo si no obedece, supongo que esto empezó en las cuevas, continuó en los campos de concentración y contínúa en los ambientes laborales actuales, como muchos sabréis reconocer si estáis trabajando; ahora que los pelotas están escondidos , temiendo por sus empleos e hipotecas,me pregunto si esta extenuación psicológica nos llevará a ser mejores personas, y la respuesta es no, me temo.
No me cojáis manía si sois de los que están animando a los demás con "Quédate en casa", a lo que habría que añadir, "No te queda otra", yo también lo hago porque sólo soy una niña más del patio y tengo miedo como todos. Hace dos días tuve que arrojarme a los brazos virtuales de Javier Iriondo, en una conferencia on line, bastante inspiradora en la que no nos prometió fechas de liberación   (preciosa la historia del director de orquesta, recordadme que escriba un texto sobre ello) ni unicornios rosas en este proceso de crecimiento interior  ( o decrecimiento, dependiendo del individuo) pero nos habló bellamente del sacrificio de tantos y tantas trabajadoras que están perdiendo la vida ayudando a otros en su último aliento, esto que tampoco es una cosa nueva y que al final nos define y nos da una luz divina como seres humanos.
Todo mi dolor se concentra en ellos, porque están alcanzando la dignidad a base de sudor y lágrimas; en los mejores momentos elevo oraciones secretas por ellos y para que la derrota no nos alcance a los demás, para que no seamos, aparte de heridos, también engañados, aunque me temo que esto de la derrota se ha producido ya. Ahí arriba los inteligentes de verdad, los poderosos, los estrategas, saben muy bien cómo nos comportamos las ovejas y hacia dónde vamos a ir cuando nos digan que todo ha pasado.
Deseo de todo corazón que tengan una fecha de término a esta pesadilla, porque significaría que alguien puede controlar la incertidumbre, y volverán los conciertos y los abrazos y todo aquello que nos hace vivir una vida que merece la pena.
Y por encima de todas esas cosas, la joya de la corona, la libertad, tan modesta ,de poder salir a ver atardeceres.
"Mi vida estuvo bien, sí; nunca pasé hambre y a los catorce años me preguntaba mientras leía el diario de Ana Frank, si alguna vez me tocaría vivir algún trozo de infierno, como les ha tocado a tantos otros; la verdad que no, crecí en un período histórico de paz donde sólo morían los pobres que huían de la guerra de países que no nos importaban, vamos, más o menos lo que ha pasado siempre desde que el mundo es mundo; tuve acceso a buena salud y hasta que no vi un tanque en la tele, en la plaza de Tianammen, creí que todos los estudiantes tenían el derecho de traicionarse a sí mismos y llegar a viejos, pero también  aquello lo olvidé. Ahora, cuando llego a la edad mediana, azota mis días una epidemia que nos borrará del mapa a muchos que sobramos, así que prefiero dar un paso al frente y acabar con todo por mi propia mano"-.respondió el señor suicida, sin saber que el cielo estaba limpiando todos los malos humos, que la luna había aprendido a peinarse unos cabellos de plata que ningún poeta había visto jamás, y que en una oscura cueva, en el país de las montañas azules, estaba naciendo otro profeta que cambiaría por nuevo todo lo viejo, la mierda por rosas frescas, la productividad por humanidad y la prisa por tiempo. El tiempo que usan las vacas tan tranquilas para comerse la hierba de los pastos, el tiempo que a él siempre le había faltado, tan adiestrado que ni a la muerte podía esperar tranquilo.

jueves, 12 de marzo de 2020

El infierno de los otros

No me sale nada, ya no me sale escribir, como no me sale follar ni tener ilusión por nada que no sea amanecer, tomar un café caliente como caliente antes era mi corazón, soñar la utopía de mi libertad que ya se ha escapado como una gaviota enferma, ya no veo el mar desde dentro de mis párpados cerrados, ya no siento la esperanza como una rosa  en el pecho que guarda cicatrices nuevas, ya no persigo los ciervos de la sensualidad ni los olores de la hierba cortada; desde mi ventana alguien ha levantado un muro de ladrillos chatos y me ha defenestrado las ganas. No digo que sea para siempre, ni que el drama se imponga en mi vida como una mala costra, será seguramente el postre de  tantos malos ratos, días largos como una película mala a la que no le ves el final aunque te atreves a imaginarlo. Sin duda será sólo una racha, como una estación de invierno o una gripe de otoño, un viento coronado de virus y de miedo para que luego estalle otra crisis económica, una página repetida del libro con las tapas sucias. Siento que ya no hay nada nuevo en la escena, siento haberme dejado derribar así, siento mucho no creer en las hadas y haber abandonado el amor, que todavía quiere oler en mi piel como las sábanas sueñan la pastilla de jabón con la que duermen, siento tanto haber dejado que me hicieran esto, que sólo puedo pedirme perdón y tratar de abrazarme sin brazos. Respondo con una paciencia falsa y apunto a mi alrededor con el Kalashnikov de mi desastre emocional, y doy los mismos espectáculos tristes que echo en cara a los viejos, y me recompongo en formato ceniza pero de ahí ya no sale  fénix sino un gorrión desplumado y triste. Tengo envidia de la fuerza de los jóvenes, que todavía no saben de la derrota interior, a Dios gracias, incluso envidio a la muchacha que viene a limpiar por horas porque ella tiene esa cualidad que a mí siempre me ha faltado, la aceptación de la familia, numerosa, pobre y muchas veces enferma, como parte de la normalidad de la existencia, no hay preguntas que hacer cuando se trata de familia, señoría, salvo amar mucho, luchar mucho, trabajar mucho, hacer piña y desde luego no preguntarse nada. Quién se pone a cuestionar nada cuando los padres son mayores y cerriles y han enfermado, quién se pone a analizar nada de estas cosas, quién si no un tarado de la vida, un animal enjaulado, un ratón de biblioteca, un exiliado de sí mismo, un bicho raro, una araña que teje telas de mala calidad, una torre torcida, una planta defectuosa. Quién si no puede pensar en cómo salir de callejones sin salida que impone el deber moral pero no la natural tendencia al escapismo. Dónde están las flores cuando el sol se oculta, dónde queda la fe cuando la cerveza ya no es un plan, dónde se esconde el deseo de jugar cuando ya no hay recreo, dónde está la luz cuando dejamos mandar a las sombras.
Hoy no lo sé, mañana quizá.
Quizá mañana.

sábado, 22 de febrero de 2020

La mujer abismo

Tras las cortinillas, llegando de la calle, intentando hacerme a la idea de que aquélla iba a ser mi casa por unos días, la sorprendí hurgando en su herida con una naturalidad pasmosa; era el saludo inicial, hola buenas tardes, qué tal va todo, y allí estaba ella, sentada sobre la cama asomada a su propio abismo. En mi mente que completa lo que los ojos no pueden o no quieren ver, se dibujó una mujer montaña, o mujer ladera, con un agujero volcánico en el centro, por el que los jugos gástricos corrían presurosos como ríos robados al manantial para encarrilarlos de nuevo a su lecho materno, por ver si la naturaleza quiere recoger lo que es suyo y ponerlo otra vez en funcionamiento. Con ella llevaba bolsas de varios colores y misterioso origen , la nutrición por un lado, los jugos por otro, porque los demás fluidos que el cuerpo produce se los sacaban puntualmente cada mañana con métodos que no me atrevo a calificar, y las curas tomaban un tiempo que a mí siempre me faltaba para salir huyendo. He leído, a lo largo de mi vida de cristianita inquieta, más de un libro sobre estigmas y vidas de santos, y las cosas asquerosas y humillantes forman parte de mi imaginario cultural, tampoco me sorprenden ni me escandalizan , pero sí me levantan el estómago. Y ya sabéis todos que cuando el estómago se pone de pie, nada vuelve a ser lo mismo. La paciencia es una sopa fría que no sabemos cuándo vamos a tener que tomar, y casi con lágrimas en los ojos vuelvo a repasar mi vida  mientras trato de entender la de la mujer abismo, qué edad tiene, por qué le pasó eso, cómo es posible que esto le parezca normal,  cuando la verdad es que a lo mejor no le parece nada, ni bien ni mal ni lo del medio, simplemente le pasó y punto, somos demasiados los que le damos vueltas al coco tratando de tirar del cordel que nos dé una respuesta cuando la verdad es que no siempre la hay. La he visto caminando alguna vez, como si no pasara nada, con los cascos puestos y de la mano del novio que a todos nos sale en el hospital, el gotero con sus ruedecitas, por el que se puede hacer el paseíllo encapsulado en el cosmos sanitario, la he visto dando instrucciones al equipo médico para juntar la pasta con su carne, taponar conductos, separar tripitas y poner antenas al artefacto que forma parte de ella, pendiente ya sólo de su próxima operación en Marzo. He oído conversaciones absurdas y carentes de contenido con la lejana familia a través de videollamadas de WhatsApp y me he tragado olores que tardarán mucho tiempo en desaparecer de mis meninges. Me he preguntado muchas veces y yo qué, qué estoy haciendo aquí, aparte de intentar curar a través de una extirpación lo que me viene molestando no se sabe si por genética o por mala alimentación, o porque gestiono mal mi existencia de helecho deprimido con paréntesis de actividad o simulacro de vida, y luego me he llamado al orden, no seas tan dura contigo, Mary Pili, que ya tienes una edad y esto es sólo la tormenta que precede a otra etapa, quizá más limpia de nubarrones y de chorradas, quizá con mejores hábitos y oportunidades de felicidad pasajera como lo que es en si la felicidad, un desfile de pajaritos de hielo que se derretirán en tus manos finas, cada vez más listas y deseosas de libertad. Han sido unos días de guerra pero sin guerra, donde he podido  apreciar la profesionalidad de los cirujanos, oír hablar a algunos de ellos que esta semana se van a operar a gente a Africa para liberar cuerpos, desanudar extremidades, echar a volar vidas con la oportunidad de los avances en salud que gozamos en Occidente como si fuera gratis, que lo es, pero no valorado, he podido apreciar tantas cosas como en aquellos lejanos quince años en que el hospital Virgen del Rocío me acogió por primera vez por haberme convertido en un árbol torcido, aunque en aquella ocasión sólo pudieron estropearme más. Ahora he vuelto como una señora que precisa deshacerse de una pieza y he vuelto a ver tantas cosas que lo único que deseo es sol y mar hasta el último de mis días. No sé cuánto tendré que cambiar en mí para que el viaje continúe en las mejores condiciones; puede que haga lo mismo que la muchacha abismo y no me haga más preguntas de las necesarias mientras se cierran mis propios agujeros.
Y buscar( eso si, por favor) el sendero de los jazmines y de las rosas.

miércoles, 22 de enero de 2020

El cuento más bonito

Como en los cuentos, recibí un nombre nuevo al sonido de tu  primer llanto; un sonido puro que venía de lo desconocido, de un lugar absolutamente limpio, y rompió con fuerza cualquier atisbo de comodidad desde ese momento y hasta el presente.
Como en los cuentos, saliste con una llama de fuego en la cabeza en forma de cebolla mágica, menuda pelambrera; unos ojos profundos e interrogadores y una boca rosada como un corazón nacido en el medio del bosque.
Como en los cuentos, tan bonita como para temer la envidia de las brujas malas, y tan lista como para aceptar la vida sin que te importe la lucha; digamos yo fui la teoría y tú eres la práctica, yo escribí unos renglones desde mi idealismo cobarde y tú vienes a completar el texto con una valentía y una honestidad que muchas veces no entiendo.
Porque yo he vivido, hija, y ya no creo en la amistad cuando de brillo personal se trata, ni de intereses desnudos cuando los humanos se juntan, el interés y el desnudo digamos son contrarios pero la juventud no lo sabe.
Aun así, como eres agua limpia me niego a desengañarte, y tendré que aceptar dejarte libre para que vivas por ti misma, lo único que puedo ofrecer es mi disposición a estar aquí para ti hasta mi último día en la tierra, que no es poco para alguien desapegado como yo.
Así pues, felicidades mil, querida hija.
En el cuento más bonito, la princesa cumple hoy dieciséis años, y en el palacio bullen las cocinas para celebrarlo, ignorando por un día la zozobra y los fracasos.
El sol que bendijo aquel oscuro rincón del mundo que era y sigo siendo yo se empeñó en quedarse para hacer más auténticas todas las cosas, en medio del desierto de los calendarios y la tristeza, y la luz llegó para quedarse.
Esta tarde brindaré para que sigamos teniendo la capacidad de entendernos y no sólo amarnos como se aman las familias, por costumbre y ADN.
Y como me gusta el agua limpia me gustas tú aunque seas mi hija, con una entrega infantil que nace como un arroyo de montaña dentro de mi corazón agrietado que reparas con una comprensión difícil para tu poca edad.
Gracias por tu mirada nueva, gracias por tantas cosas.
Feliz, feliz cumpleaños.

miércoles, 1 de enero de 2020

El gen de la soledad

Arrecia fuerte el gen de la soledad, me empuja a bares y situaciones en las que seguramente tampoco sería feliz; me cuenta al oído todo lo que me perdí y me estoy perdiendo, y aunque en el fondo de mi corazón zen sé que no me he perdido nada importante, porque nunca hice nada que no quisiera o digamos, todo lo que hice fue porque así tenía que ser, el gen de la soledad sigue espoleando, me susurra lo ridícula que parezco cuando cuido a alguien, cuando comparto techo con alguien, cuando tengo que ocuparme de alguien más que no sea yo, y esto incluye los lazos maternales, tan jodidos y asfixiantes para uno mismo y tan inevitables cuando has sido tú la nave nodriza y deseas controlarlo todo.
Espero no estar castrando a mi hija como seguramente me castraron a mí, con acciones y palabras sutiles en un bombardeo diario de información errónea que rápidamente te da un sitio en el mundo, en la familia y en la sociedad; después de leer "Ordesa" de Manuel Vilas, sé que esto no es posible, porque estamos unidos por una base muy sólida, una amalgama de experiencias y frustraciones que todo el que se haya tenido que ganar la vida alguna vez comprende perfectamente, o todo el que haya sido padre o madre, o todo el que haya creído lo bastante en el amor como para permitirse una relación larga en el tiempo, o quien se haya levantado alguna vez de la cama con la obligación de llenar las alforjas de recursos.
Vivir es un trabajo en sí mismo, si exceptuamos para aquellos que escriben mensajes positivos como quien se tira cuescos con cuyo olor y, a golpe de entusiastas conferencias,  intentan paliar las frustraciones de los demás, de los esclavos que sufren porque se dan cuenta de que lo son y quieren dejar de serlo. La tarea del gurú en este caso es conseguir que los esclavos se convenzan de que no están tan mal, de que la vida no duele y de que es posible, con el dominio de la mente y del espíritu, transitar por este barrio siempre con una sonrisa en los labios, aunque sea más falsa que un duro de chocolate.
Mi gen de la soledad sabe que esto no es real, porque las capas del vestido que llevamos sólo cubren por arriba, cuando llega la noche y nos desnudamos hay un espejo pequeñito con el azogue muy brillante, el espejito del diablo le llaman , que es el que nos da la medida real del ser que somos.
Ahí todos sabemos si somos grandes o pequeños, libres o esclavos, amados o soportados, deseados o simplemente retenidos, dioses de nuestro tiempo mortal o meros supervivientes, casi siempre una mezcla de todo, y entonces le pedimos al sueño que nos saque de ahí.
Sé que estoy sola, ya lo sabía de pequeña, y leer libros como el de este amargadillo(no es el único, también está Millás en mis últimas lecturas) confirma esta certeza, y no me refiero a sola en la vida, social o civilmente, como oveja de rebaño no estoy sola, no, lo he sabido hacer en ese sentido, mi vestido fue lo bastante atractivo como para enderezar mi vida, y el trabajo que hice conmigo también surtió efecto a raíz de ciertas grandes y profundas decepciones, después de todos aquellos años de ninguneo y mal querencia supe despertar, aprendí, que esto es una cosa fundamental que pueden hacer los seres humanos, aprender de lo vivido para valorarse y darse un abrazo grande a una misma, que no nació para ser mártir sino  para obtener agua como si fuera flor y sol para verdear las hojitas y luego a cambio poder florecer, no para mustiarse en un rincón mientras crece el ego de otro o de otra que hace ver que es aliado pero no es así.
Y con todo el equipaje de quien va para sabio o desea serlo, en el sentido de mantener la calma por encima de las tormentas mientras llegando a tierra se pregunta qué será lo siguiente, tampoco pienso dejar que gane mi gen de la soledad y me haga abandonar a los que quiero, aunque tenga yo, como todos, el derecho básico a masticar mi soledad  sin entregas ni sacrificios, como ya hacen en mi familia desde hace algunas generaciones, todos somos como islas que no desean rozarse y cuando lo hacen , parece que no dan la talla como no la doy yo.
A veces no puedo con mi disfraz, con mi sambenito, con mis obligaciones y mareos; a veces sólo quiero dejar de preocuparme, tirarme en el solaz de una vida caótica llena de libros, en aquella torre de biblioteca que fui capaz de ver mientras leía, entregarme a la lectura como aquellas otras mujeres incomprendidas de la historia silenciada a las que no les interesaba nada más, y llegar así a una profunda felicidad o al menos a la anestesia de los sentidos en pro de un cierto conocimiento.
Pero seguramente ése sería otro disfraz, otra búsqueda inútil, otra fuente de remordimientos, porque quién quiere quemarse las pestañas entre libros habiendo tanto por vivir, por beber, por conocer, por besar, por bailar, por experimentar.
Quién puede saber si en el fondo siempre andamos buscando la paz para con nosotros mismos, el consuelo de saber que vivimos por algún motivo que merezca la pena. En mi caso, y como siempre, tengo el consuelo de saber que en literatura no hay tabúes.
Mientras los que escriben sigan trabajando poniendo nombre a las cosas que me pasan, a mí, tan sola en el cosmos, resulta que no, que no estoy sola; porque hay alguien que se atreve y escribe realidades no edulcoradas sobre esta lucha viva, la pura contradicción del amor y el tedio, ese odioso balancín de emociones y desequilibrios, y la prosa te habla y lo comprendes, y no hay ninguna voz crítica que te riña o te diga "anda no seas así", porque las familias no hablan de esas cosas, de hecho nadie habla de sentimientos, nadie habla de lo que importa, y es mejor que no lo hagas ahí fuera, de lunes a viernes, en tertulias o reuniones, porque pasas por negativo depresivo o sarcástico o cínico o vete a saber qué mas.
Como si uno no pudiera reconocer lo cutre para luego levantarse enseguida, quitarse el polvo de las botas y esbozar una sonrisilla de comprensión, así es.
Se puede reconocer la soledad y luego ejercitarse en meditación , en esperanza, en cielo azul aunque estés compuesto de un ochenta por ciento de vapor de agua de color negro.
Por qué no.
La literatura es el hada que hace posible reconocerlo así.
Somos este raro milagro de deseo y de muerte, de lucha y de pena, de dolor y placer, y en el medio hay un montón de barbaridades , convenciones y engaños.
No pasa absolutamente nada.
Se puede escribir y seguir viviendo.
Yo quiero hacerlo mucho más en este 2020, y cuento con el aplauso de mi torpe corazón.
Y con el amor de vosotros, unos pocos, para que sigáis estando ahí, haciendo de espejito del diablo que da la talla real  de todas mis versiones y viviendo vuestros propios caos con toda la alegría de la que seáis capaces.

Feliz año nuevo y palomas de luz y prosperidad saliendo de esta chistera en 3,2, 1 …..YA!

Despedida

Creo que abrí este blog en el año 2009, y hoy decido que lo cierro,once años después;no deja de ser una friolera, teniendo en cuenta la gent...