jueves, 23 de julio de 2020

ON/OFF

Yo no funciono así, le dije, y era una de las mayores verdades que he dicho en los últimos meses. No puedo funcionar como una máquina de tabaco, lo siento. Me doy cuenta de esto sobre todo en vacaciones, que es cuando en teoría el reloj nos pertenece y nos vende una sensación de libertad que se agotará enseguida. Quién no ha veraneado en hoteles, antes de estos vientos de miedo y sospecha, y ha percibido el hastío de las familias, de las parejas, en las zonas de baño o en la comida servida en buffets o en la pista de baile a la hora de las copas; quién no ha tenido ganas de levantarse de la tumbona para volver a la habitación a comprar un billete de avión por internet con el que volar al día siguiente temprano y dejar a la familia atrás, tan lejos tan lejos que enseguida tenga la capacidad de convertirse en un recuerdo amado, que es lo que nos pasa siempre cuando nos alejamos de la gente que queremos, mientras que estando demasiado juntos la cosa se complica y a veces es veneno lo que corre por las venas. Todo esto lo pensaba un personaje de ficción llamado por ejemplo Amelia, mientras con una blusa de playa muy chula cruza las piernas y conversa con el camarero, que es de su ciudad (le dice el nombre del barrio, y Amelia enseguida piensa qué suerte, qué reflejos tuvo el camarero en su juventud, salir por patas de aquel lugar al que recuerda como una aglomeración de bloques de pisos con miles de bares, tascas, colegios y mercados donde también abunda el menudeo de droga, o eso es lo que se dice, y cambiarlo por una isla maravillosa también superpoblada, vale, pero repleta de palmeras y piscinas que algún día el camarero también puede disfrutar, mucho mejor que vivir en el infierno veraniego de los 45 grados ahogados con cerveza fría en el que muchos nos hemos criado),y añade en la conversación trivial a Pepe, su marido, que normalmente dice a todo que sí aunque la mitad de las veces quisiera decir que no, y no se atreve. Amelia se ha sentido en la obligación de pasarlo bien porque todos los días ve un barco desde la terraza del hotel, mientras se toma un café Nespresso, y piensa que esto es la felicidad. Y lo es. Pero también es una felicidad encapsulada como las pastillas, para tomar en las comidas o en tal época del año, luego los lunes por la mañana, los laborales, ya se sabe que ni barco ni café ni reposo, sólo prisas y malos tragos y caretos de gente que te importa una mierda igual que tú a ellos con los que sacar adelante un desierto de horas estériles pero saciados de experiencias desagradables. Yo no funciono así, dijo Amelia, no quiero tener horarios ni plantillas ni cuadrantes, no quiero que todo el mundo sepa qué estoy haciendo según el día de la semana, y que mi cerebro se ponga a la defensiva ante el madrugón de gladiador sin sueldo con el que me obsequian cada mañana hasta que las mañanas se convierten en semanas y las semanas en meses y los meses en años, y así hasta morir sobre la arena sucia del circo. Pepe nunca quería follar y Amelia últimamente tampoco; leyendo el libro de Noemi Casquet, una loca del coño muy recomendable. se había tranquilizado porque hay personas de todo tipo, y el sexo tampoco es una obligación, aunque lo diga la literatura, el cine o los manuales de vida sana. Pero a lo mejor sí lo es, a lo mejor un día tengo ganas otra vez, y qué, no sé, dependerá de mis apetencias, digo yo, de las mareas o de la luna o de la persona que se me cruce, ésa y no otra es la verdadera libertad, sin que lo que diga mi carnet de identidad o mi estado civil tenga la más mínima importancia. Pienso mucho en ello últimamente, se dijo Amelia, en eso de la libertad personal. Y sé que algún día educarán a la gente para vivir solos como ya nacemos solos  e igualmente morimos, sé que la gente se cansará de las etiquetas  y del rollo del amor  y de los períodos vacacionales, y de vivir como monos amaestrados en el culo del sistema, y también sé que es cuestión de tiempo que yo consiga encajar en mi zona de tiempo biológico sin regalárselo a nadie, sin venderme por nadie, por mucho que ame y sostenga el equilibrio que nos toca siempre mantener a las mujeres, esa pieza clave con la que se sujetan los micro mundos domésticos y sociales, aquí y en la Conchinchina, la mayoría sujetando el palo de la vela con todas nuestras fuerzas o gran parte de ellas, aunque sea con cosas elementales como poner una olla al fuego o tirar papeles viejos en un momento de hartazgo. Sé que quedaremos en este hotel y te lo contaré, Pepe, te lo contaré. Y seremos buenos amigos, ni tendrás que disimular que me deseas ni yo sufrir porque no lo haces, toda esa basura habrá pasado a un segundo plano, desde la libertad los estudios socioeconómicos y las expectativas mediocres importan menos que la carta natal de Donald Trump. Vendré aquí y te lo contaré, Pepe, cuando ya no tengamos que accionar el botón de ON nunca más, porque siempre estaremos despiertos, siempre estaremos encendidos, todo el tiempo de nuestra vida, sin ayuda de ningún calendario. Pero Pepe se ha levantado, no ha oído nada porque Amelia no ha dicho nada, sólo lo ha pensado, pero no ha emitido palabra alguna; Pepe dice que se va a echar un poco, pero lo que realmente va a hacer es escribirle un whatsapp a una ex cuñada que siempre le cayó muy bien y con la que sigue en contacto, en plan cordial, sin pretensiones, y quizá meterse en Google para jugar a que reserva un billete de avión para uno solo con destino Lanzarote, aunque por supuesto no confirmará la reserva ni dará intro a la forma de pago.

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