domingo, 6 de octubre de 2019

Elise

Hoy aparece Elise en esta vida, en este blog, para ponerse un traje nuevo de piel limpia, para estrenar la mirada aunque aquellos ojos que como los de Anna Quentin en la novela que estoy leyendo de Iris Murdoch , ya no se abren redondos frente al mundo, sino que más bien se han empequeñecido, porque son los ojos de una persona que "no se ha defendido contra el paso del tiempo".
Elise puede seguir aprendiendo muchas, muchas cosas, puede seguir leyendo cientos de libros y asimilando otras formas de vida que le apetezcan , porque Elise es libre y puede darse el capricho de tener emociones no siempre positivas, pensamientos sombríos y sus contrarios, puede paladear otros sabores y puede de todas formas seguir aquí, aunque no se lo permitan los tiranos de los lugares comunes y la estadística, Elise puede escapar de la profecía cutre de los oráculos, de los compromisos adquiridos, no malos, ojo, muchas veces resultado del cariño hacia semejantes, o familia o lo que sea. Elise puede hacer lo que quiera, incluso renunciar al sexo, porque está harta de las revistas de farmacia donde se da a entender que es bueno que la gente mayor folle, con el mal gusto que eso supone, en un mundo donde el deseo es una puta canción de reggaetón en cuyo clip una morena recibe cuarto y mitad por parte de un musculoso panel humano lleno de tatuajes, de repente Elise se siente muy fuera de todo eso, sin ganas de seguir hablando de deseo como hace diez años, o más que sin ganas, podríamos decir sin interés, como una no puede ser adolescente toda la vida.
No es por juzgar a nadie, pero si dicen que Gandhi renunció al sexo cuando todavía era joven, porque tenía cosas más importantes que hacer, por qué no aceptar esa idea como una cosa más, sin escandalo ni condena. Ella, la integrista de las pasiones humanas, de repente domesticada y dócil frente a esos atardeceres, metiendo su caduca sensualidad en una maleta sin remite, o en una cesta de mimbre para echarla al Nilo, quién sabe si los dioses sabrán qué hacer con ella, con su sangre caliente y su  cuerpo rebelde que no quiere cansarse ya en el esfuerzo de mantenerse vivo artificialmente, forzando la máquina o trucando pulsiones infantiles.
Ahora que lo piensa, Elise siempre fue más cerebral que otra cosa, siempre fue la azotea la que mandaba humedecerse el cono sur, la que decidía de quién enamorarse y de quién no, menos alguna vez que se engañó pensando que también era parte de la biología como los gorilas del zoo siguen respetando sus ciclos de celo hasta que caen redondos el último día de sus vidas.
Claro que Elise no es una gorila, es sólo una mujer muy mental que ahora empieza a aceptar que gusta de otros placeres, y se levanta de la siesta un  domingo y entiende una cosa, única y clara como ese rayo de sol empecinado que juega tras la cortina, lamiendo las últimas horas de la tarde (el verbo lamer, tan usado en narrativas malas) que pudiendo experimentar orgasmos en soledad, cuatro o cinco si el momento es bueno, y quedando todo esto en el ámbito privado de la intimidad de las personas, sin que pueda ser materia de estudio ni le importe a nadie, si puede tener esa misma sensación leyendo descripciones de calidad en literatura y rodearse de esos libros inteligentes que susurran al alma y le dicen que todo está bien tal como ha sido creado en nuestra vida, que una puede ser más vieja y más fea que ayer, pero más libre, que hay personas que lo tienen todo tirado en una habitación llena de objetos de teatro, que esa habitación puede iluminarse con una pequeña lámpara de rincón a la que le han puesto gasas por encima, y taparse con una piel de oso de atrezzo de teatro ("el arte más puro"),que así se reencuentra el amor cuando una de las dos partes necesita simplemente un sitio donde vivir, que eso no tiene la más mínima importancia para ninguno, que las personas no funcionamos con códigos ni con secuencias que se paguen con monedas, que un profesor de filosofía puede recomendar a sus entregados alumnos, aun siendo docente y enamorado del pensamiento, que se alejen de ella, que se busquen un empleo estable, si una puede aceptar todo esto también puede aceptar que no le guste limpiar el polvo, o que le gusten las galerías de un centro comercial o no quitarse los pelos del coño o no estar siempre disponible o estar pensando el latazo que le resultan las confesiones de familiares y entorno, aun siendo tan entrañables, tan dignas de amor y atención , como las cosillas de una hija, o bien llamar a las cosas por su nombre cuando una jornada laboral supone la muerte de tres o cuatro cientos de neuronas en una población seguramente ya bastante afectada, aunque en este caso no por la edad, sino por la locura que supone la rutina y la actitud de servicio, más quemante para una mente inquieta y lo que casi seguro debió ser un corazón viajero, que cualquier otra cosa en este mundo.
Si podemos aceptar el trato que los escritores, las escritoras en este caso, con más de dos dedos de frente, nos proponen, seguramente lo vamos a pasar mejor, caminaremos hacia la gratitud cada hora de la existencia, felices de encontrar voces que nos quitan las etiquetas de bichos raros con la facilidad con que un gorila de zoo alumbraría el oscuro rincón de un muelle portuario con la luz de una linterna prestada.
Elise encuentra ropas verdes de terciopelo, encuentra un idilio consigo misma, un perdón que le ha sido negado muchas veces, una libertad insospechada.
Elise guarda en sus oídos la canción del mar, y se guarda la utopía en el regazo y la acaricia como un gato, sin saber realmente si podría hacer algo más que lo que hace, si podría intentar vivir de otra manera, aunque en el fondo sabe que no lo está haciendo mal del todo, porque en la ocultación de la sombra a los que amamos también está el principio de todo amor, es bueno que nos perciban sólo como vemos a la luna, la parte visible como inspiración de toda belleza, pero la cara oculta, ésa nos pertenece sólo a nosotros como individuos.
Elise está encontrando un camino nuevo, y en la mochila lleva muchas voces de mujeres que ya vivieron y dejaron libros en los que la gente no pretende caer bien, está dejándose atrás el disfraz de jovencita que desea embaucar a todos, (ya no le sale bien, las jovencitas  de 50 suenan a música de circo y a fragilidad impostada), está empezando a darse permiso.
Elise busca, y Elise encuentra.


4 comentarios:

Erik dijo...

Pues bienvenida sea Elise.

Salud

Genín dijo...

Que suertuda Elise, si algo hay importante en la vida, sin importar la edad, es el sexo, y por lo visto ella era multiorgásmica, que envidia, con lo que cuesta lograr, aunque sea uno solo, a ciertas edades siendo hombre y anciano… :)
Besos y salud

Tracy dijo...

Me gusta Elise.

Sara O. Durán dijo...

Fascinante Elise. Un gusto leer tu reseña. Gracias!
Un abrazo de anís.

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