domingo, 12 de abril de 2020

La magia del miedo

Hoy he aprendido, por si acaso no lo sabía, que vivo dos vidas, que soy dos individuas, que no importa nada de lo que me pase pero al mismo tiempo tengo el poder de cambiarlo todo, incluso el curso de los ríos, si me empeño. Mi runrún interior siempre ha sido el mismo, una cascada incesante de quejas y dolor, también de ambiciones miserables, como el comer y el retozar, como el consumir y el trabajar; en mi fuero interno está la niña que amaestraron, a la que enseñaron misa y reconocimiento de los pecados, la que aprendió pronto qué decir para caer bien y qué decir para convertirse en enemiga pública número 1 , al menos en los circuitos del redil. Pero también está la macarra, la que encuentra pegas a todo y siente hervir sarpullidos en su interior cuando el balido de las ovejas empieza a ser demasiado uniforme y conciliador. Cómo he podido mantener la cordura hasta estos días, me pregunto, la verdad que ésta puede ser una buena oportunidad para perderla. No sé si es asunto de la inteligencia o usando términos místicos, del ego, pero me siento incómoda con el pensamiento único, aunque el asunto que tratamos sea un puto virus de origen natural, esto es lo que nos dicen , parecer ser que las últimas entrevistas que he leído a virólogos lo reconocen así, en cuyo caso hasta los más asépticos podrían convenir en que pueda haber un orden natural que se sacuda las moscas cuando las cosas ya están llegando a su límite, y en este planeta lleno de zafios, ignorantes y violentos hace tiempo ya que llegaron y se rebasaron y se volvieron a rebasar, lo cual tampoco significa nada, y si no que le pregunten a los dinosaurios. En lo personal soy humana y como tal no me gusta la distopía de nuestros tiempos, ni ese chorro de cadáveres, un caudal siniestro de devastación que como siempre también sirve para desenmascarar las peores  muecas del rostro humano, los buitres que se desperezan y los cabellos que se mesan entre grupos de población que jamás conoceremos por su nombre. Habría que ver cada historia cómo ha sido, cada abuela que se ha muerto soñando con gasas de colores de cuando era una hermosa mujer y madre de familia, o cada señor avezado en batallas que ha expirado solo en un rincón, como habría que ver cada madre que llora en Oriente por los hijos masacrados en guerras que borran del mapa pueblos enteros que no conocemos tampoco por su nombre y que ya no vamos a conocer, porque ya no existen, sin que esta sangre nos haya tocado nunca ni un pelo de la ropa. Siempre he pensado, viendo a la gente actuar en fenómenos sociales y lúdicos, que esta ignorancia no podía salir gratis porque al final la tragedia nos sacude a todos, pero desisto de esperar compasión entre los que jamás la han tenido, desisto de habitar un país mejor cuando esto pase, porque con el resurgimiento de las ultraderechas he visto y oído demasiado como para saber que no hay esperanza. Ahora bien, a mí que nunca me han faltado palabras, estos días me faltan todas, no ya porque considere una pesadilla todo lo que se está viviendo y oyendo, sino por el espectáculo aterrador de esa falta de conciencia que ya había, ahora aplicado a una nueva forma de vida que hemos tomado por buena, la vía oficial, la única sensata, y aun siguiéndola, aun obedeciendo, nadie tiene en su mano la opción de evitar acabar sus días solo en un rincón, y lo más aterrador de todo, que creo que cualquiera puede imaginar por sí mismo, sin que esto importe en absoluto. Somos ovejas en un camión, algunas creemos estar sanas, otras están ya condenadas, pero ninguna sabemos nada; dependemos de los que nos conducen y nos dicen , ellos también aturullados, por aquí o por allí, no hacen falta mascarillas, ahora sí, lo estamos haciendo bien, ahora mal, vais a morir, vais a vivir, vais a tener una ancianidad digna, seguramente no, vais a volver al trabajo, los elegidos, los esenciales, quizá valéis menos, quizá más, necesitamos héroes, necesitamos admirar a los que mueren en acto de servicio,(lo único bueno que veo en esto es que se cambien los valores, mejor un enfermero que un futbolista y mejor un médico que un monarca), quedaos ahí, quietecitos mientras nosotros pensamos qué hacer, mientras nosotros decidimos cómo actuar.
Y lo hacemos porque estamos muertos de miedo.
Personalmente mi crisis de soledad ocurrió el año que cumplí cuarenta y perdí el trabajo. Mi confinamiento en aquella ocasión fue voluntario; habitaba una casa unifamiliar bastante bonita en un sitio apartado, tenía madre, dos perras y una hija pequeña. En ese momento sólo trabajaba yo. Y perdí el trabajo. Pasé ese invierno confinada comiendo galletas, criando a mi hija como si no pasara nada y viendo llover,(llovió muchísimo aquel invierno) literalmente muerta de miedo mientras cobraba el paro que se agotaba mes a mes y pagaba a duras penas el alquiler, mis sentidos se agudizaron , pero sobre todo aprendí lo que es el miedo. Supe también lo que es la soledad que acarrea este sistema en el que de un día para otro y en función de unos resultados no siempre justos puedes transformarte en otra cosa, desde luego muy poco agradable; tus valores como persona se van con la nómina arrebatada, tu individualidad al irte al desempleo ya no significa nada, todo el que haya vivido esto alguna vez reconocerá cómo se van a la mierda los compañeros de trabajo, las reuniones, las expectativas y el pequeño paraíso personal que supone formar parte de un proyecto; cuando decepcionas, cuando ya no sirves, cuando no has vendido, cuando te has portado mal por lo que sea, te echan y no eres nada, nadie te hace una puta broma, nadie te va a volver a llamar jamás para preguntarte nada, ya no eres nada; con cuarenta años me vi expulsada de la vida, o así me veía yo. Estaba equivocada, claro. Porque una oveja siempre puede pacer en otros prados, a no ser que haya matado por el camino. Si no te ves como un zombie a ti mismo, sabes en tu interior que siempre puedes empezar de cero, puedes cambiar el rumbo como el mismísimo Uthreb a lomos de su caballo; que no es verdad que sólo seas un resultado en una pizarra, que eres alguien que respira y seguramente tiene al menos una porción mínima de autenticidad en su vida, o de belleza, aunque sea del tamaño de un guisante; el fracaso siempre es provisional, lo malo es cuando el fracaso se convierte en una fórmula de existencia para muchas ovejas, y en este caso lo que está demostrando la crisis del virus es que tenemos sociedades en la que demasiada gente, demasiada, son expulsados de la vida cuando ya no tienen nada que hacer en ella, o sea consumir, mantener, trabajar. Todos esos viejos que se han ido de mala manera han sido víctimas de un olvido que ya sufrían antes, o así lo veo yo.
Es por eso que este confinamiento no me está enseñando nada que no supiera. Creo que hay un tipo de persona que sabe lo que hay y yo soy de ese tipo, aunque quiera seguir ilusionándome cada día con mi nombre, mis apellidos, mis seres queridos y todo lo que de verdad me dio un sentido en este viaje, o un motivo para la rebeldía, incluso el daño. Es esa vida que tenemos y que tuvimos  y que deberíamos acabar al menos con el derecho a tener una última palabra con los que amamos, aunque la palabra sea ADIÓS. Para mí pues la mejor lección sería ésa, intentar no  perder la voz interior ni siquiera en los tiempos más crudos cuando el miedo arrecia como un viento salvaje; cuando lo hice, cuando me ignoré y me confiné creyendo las patrañas del sistema, perdí toda mi fuerza y mi esperanza. Por eso , encerrados y aterrados, habrá que seguir preservando una luz aunque sea pequeña y se ahogue en un mar de galletas baratas, aunque nadie más que nosotros pueda verla. Quizá así podamos atraer la mirada benevolente de los dioses y escapar de la indignidad y el abandono. Que cuando nos pille la parca, hayamos hecho el mejor de los mundos posibles al menos en los dos metros que rodean nuestro entorno más cercano. Debajo de una sombrilla mirando pasar las nubes ya estuve muchas veces, no han tenido que confinarme para que aprenda a hacerlo.
Paz para todos.
Amén.

3 comentarios:

Sara O. Durán dijo...

Un gran abrazo, en el que va mi identificación plena con la profundidad de tu mensaje, desde mis vivencias.

José Luis dijo...

No me gusta leerte, porque siempre que lo hago me reprocho no haberlo hecho antes.
También, porque después de leerte me parecen absurdas la mayoría de las cosas que he hecho desde el día que me levanté, y lo que es peor, las que pienso hacer.
También, porque dan ganas de darte la razón, y la emoción (y me aterra quedarme sin ninguna).
También, porque me recuerdas que las citas son más famosas que su poeta (mundo de mierda)
También, porque me doy cuenta de que no tengo ni puta idea de escribir (que me gane la vida con ello no significa nada, un brote del mismo color que su páramo)
Y también, porque me lanzo a decir cosas que no quiero leer.
Gracias, Reyes, por dejarte llevar y compartirlo.

Dol dijo...

Gracias Sara otro abrazo para ti.
Jose Luis, mientras leía tu mensaje estaba viendo la peli "Glass", así que me he venido muy muy arriba, gracias. Ahora sé que soy una super héroa si puedo hacer que alguien como tú me escriba cosas así. Un gran abrazo también para ti. Y para la family.

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