domingo, 3 de septiembre de 2017

Las cartas de la mentira

Miento.
No quiero cargar sobre mí el peso del mundo, porque no soy la única.
Mentimos como si jugáramos a las cartas, porque en las mentiras hay un hilo benéfico que conecta todos los deseos.
Miento cuando le digo  en mi trabajo a esa pareja interracial que sólo estoy bien en mi querida isla, que aunque sea verdad, es una mentira a medias, porque a veces creo que me da igual dónde estar mientras se vea un amanecer empaquetado tras una ventana.
Miento cuando me horrorizo por tener que trabajar un sábado tarde, porque luego no es para tanto, y miento cuando me prometo que escribiré como si fuera lo único que me interesa ya que no sé cantar ni bailar ni tengo oficio ni beneficio ni puedo abandonar mi golosa y decadente humanidad en los brazos de ningún amante arrebatado.
Miento cuando  digo que soy normal, y miento cuando le digo a mi hija que la pinta de su amiga de trece años me parece inapropiada, porque realmente lo que me parece inapropiada es la sociedad, y aunque en el fondo esté de acuerdo con el discurso social de las tablas de planchar y la preservación de las criaturas menores de edad, que deberían tener derecho a jugar con los fetiches, como todos hicimos, como hicimos todos, también miento en esto y se me raya el cerebro como si fuera la cáscara de un limón para echar en un bizcocho.
Miento cuando sonrío y miento cuando el espejo me devuelve la cara de mi padre con peluca, y miento más cuando digo que las cosas no me importan, cuando ya me importaban  en la sombra de mi padre cuando se pateaba las calles del Pumarejo fumando a escondidas huyendo de mi bisabuela, y miento cuando digo que sangre de Noruega explota en mis venas  sólo porque no me identifico con lo que se cuece por aquí, ni con mi vida de animal domesticado que cumple con su actuación  en el circo a golpe de látigo, y miento porque todo me importa como me importaban las décimas de fiebre de mi hija tanto como me importa ahora dónde está y a qué hora vuelve.
Hace dos noches terminé el libro de un autor italiano que me regaló mi madre, y aunque es una historia simple y cargada de sarcasmo barato que a su vez disfraza  moralina sentimental y el despiadado amor que sentimos los gusanitos por la vida,  estuve sin dormir hasta las tres de la mañana pensando en lo que tenía que hacer para escribir mis propias historias.
Es demasiado el caudal que soporta este río, y a veces pienso que el pellizco de mi pecho tendrá una explicación médica, y entonces mentiré también sobre los motivos, la edad, los olivares andaluces, la herencia genética, el vino blanco o los atardeceres de domingo que me llevan matando desde niña.
Miento si me digo que no quería en realidad bailar el Happy en la fiesta de la piscina, donde estaba mi hija con sus amigas bebiendo san francisco, porque es infinitamente mejor quedarse en un rincón mirando bailar a los demás, y miento si me cuento a mí misma que en realidad no nací para otra cosa más que para conectar palabras que a su vez contienen pensamiento, un pensamiento que es como una serpiente verde que me cruza desde la cabeza a los tobillos y se come mi corazón poquito a poco.
Miento si os digo que no me importa no haber bailado, haber vuelto a casa a beberme en soledad un gin tonic débil recuerdo de mis recientes vacaciones tan llenas de sol y buenos ratos, y miento si digo que esta noche no quería jugar a ser joven, a mirar la ciudad y sus luces desde el habitáculo de  un coche, como si no tuviera casa todavía, y recolectar unos besos furtivos y un roce de ropas que tienen el sabor excitante de lo que no se puede consumar.
Miento y seguiré mintiendo, porque la mentira consuela, es como un vestido que siempre te perdona aunque estés gorda, si lo llevas con arte te favorece, y yo que soy comunicadora de bondades y de deseos estoy bien así, amando lo que pueda y sobreviviendo mucho.
En los huesos las novelas que ya tendría que haber escrito, y las alforjas llenas de papeles que sólo existen en mi cabeza, pero eso sí, entregada a lo imposible como si éste fuera el primer día de mi vida, y en la ventana un cielo azul y una nube blanca me siguieran prometiendo que todo puede ocurrir todavía, porque hoy es entonces y entonces es todavía.
Qué es todavía.
Todavía es posible que Louise Hay viva en algún rincón de la soleada California, donde cuidaba un huerto y escribía libros huecos para su fundación, o eso decía, seguro que también mentía, igual que seguramente se operaba para hacer más fuertes los efectos de las afirmaciones, pero no miento si digo que esto no importa en absoluto cuando uno vive para hacer tanto bien como ella hizo, no miento si digo que gracias a ella creí que tenía cosas importantes por vivir cuando pensaba que ya me había pasado todo.
Esta noche las cartas de la mentira, que son hijas de la pereza y de la cobardía , sobrevuelan mi cuarto y se escapan por la ventana, y me parecen palomas que atraviesan la oscuridad azul  de los cuentos de hadas para encontrar a sus verdaderos dueños, los sueños que son en realidad príncipes desterrados.

(Descanse en paz Louise Hay, una americana con la que no tuve nada en común... excepto la esperanza y la fe, bendita seas por siempre en los otros barrios y planetas).

3 comentarios:

Genín dijo...

No la conocía, que descanse en paz, claro, en realidad es lo que le deseo a la gente de bien que palma, supongo que es de bien porque eres tu la que me ha hecho conocerla, es como si me la recomendaras, y viniendo de ti, pues eso...
Pues curiosamente, yo procuro no mentirme, lo intento al menos conscientemente, que ya bastante lo hacen los demás conmigo, es como si necesitara beberme la vida sin fantasías ni disfraces, a pelo, tal y como realmente es, tengo muy en cuenta el poco tiempo que me queda en el convento y no quiero anestesia, ni pastilla alguna que desvirtúen la realidad, aunque las pastillas sean solo palabras...
Besos y salud

Dol dijo...

Haces bien, Genín, pero yo creo que nos pasamos el día mintiendo, no es algo necesariamente malo, entendiendo como mentiras las dulces cortesías que nos cruzamos con los amigos, además mira que a mi me cuesta ya distinguir entre ser bondadoso y mentiroso jejejeje pero bueno, aparte de eso, ya sabes tienes que vivir como mínimo hasta los 90, y yo que lo vea.
Un abrazo grande

Sue dijo...

Vaya, la escritora de la que me regalaste aquél libro cuando fui a verte y que tanta fe dejó en mi. Aunque luego se la llevara el viento porque yo soy muy poco de fe.
Escribes tan bien, asquerosa, que no sé qué te puedo decir. Que voy a seguir leyendo los otros post de más arriba :)

Beso!

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