Tras las cortinillas, llegando de la calle, intentando hacerme a la idea de que aquélla iba a ser mi casa por unos días, la sorprendí hurgando en su herida con una naturalidad pasmosa; era el saludo inicial, hola buenas tardes, qué tal va todo, y allí estaba ella, sentada sobre la cama asomada a su propio abismo. En mi mente que completa lo que los ojos no pueden o no quieren ver, se dibujó una mujer montaña, o mujer ladera, con un agujero volcánico en el centro, por el que los jugos gástricos corrían presurosos como ríos robados al manantial para encarrilarlos de nuevo a su lecho materno, por ver si la naturaleza quiere recoger lo que es suyo y ponerlo otra vez en funcionamiento. Con ella llevaba bolsas de varios colores y misterioso origen , la nutrición por un lado, los jugos por otro, porque los demás fluidos que el cuerpo produce se los sacaban puntualmente cada mañana con métodos que no me atrevo a calificar, y las curas tomaban un tiempo que a mí siempre me faltaba para salir huyendo. He leído, a lo largo de mi vida de cristianita inquieta, más de un libro sobre estigmas y vidas de santos, y las cosas asquerosas y humillantes forman parte de mi imaginario cultural, tampoco me sorprenden ni me escandalizan , pero sí me levantan el estómago. Y ya sabéis todos que cuando el estómago se pone de pie, nada vuelve a ser lo mismo. La paciencia es una sopa fría que no sabemos cuándo vamos a tener que tomar, y casi con lágrimas en los ojos vuelvo a repasar mi vida mientras trato de entender la de la mujer abismo, qué edad tiene, por qué le pasó eso, cómo es posible que esto le parezca normal, cuando la verdad es que a lo mejor no le parece nada, ni bien ni mal ni lo del medio, simplemente le pasó y punto, somos demasiados los que le damos vueltas al coco tratando de tirar del cordel que nos dé una respuesta cuando la verdad es que no siempre la hay. La he visto caminando alguna vez, como si no pasara nada, con los cascos puestos y de la mano del novio que a todos nos sale en el hospital, el gotero con sus ruedecitas, por el que se puede hacer el paseíllo encapsulado en el cosmos sanitario, la he visto dando instrucciones al equipo médico para juntar la pasta con su carne, taponar conductos, separar tripitas y poner antenas al artefacto que forma parte de ella, pendiente ya sólo de su próxima operación en Marzo. He oído conversaciones absurdas y carentes de contenido con la lejana familia a través de videollamadas de WhatsApp y me he tragado olores que tardarán mucho tiempo en desaparecer de mis meninges. Me he preguntado muchas veces y yo qué, qué estoy haciendo aquí, aparte de intentar curar a través de una extirpación lo que me viene molestando no se sabe si por genética o por mala alimentación, o porque gestiono mal mi existencia de helecho deprimido con paréntesis de actividad o simulacro de vida, y luego me he llamado al orden, no seas tan dura contigo, Mary Pili, que ya tienes una edad y esto es sólo la tormenta que precede a otra etapa, quizá más limpia de nubarrones y de chorradas, quizá con mejores hábitos y oportunidades de felicidad pasajera como lo que es en si la felicidad, un desfile de pajaritos de hielo que se derretirán en tus manos finas, cada vez más listas y deseosas de libertad. Han sido unos días de guerra pero sin guerra, donde he podido apreciar la profesionalidad de los cirujanos, oír hablar a algunos de ellos que esta semana se van a operar a gente a Africa para liberar cuerpos, desanudar extremidades, echar a volar vidas con la oportunidad de los avances en salud que gozamos en Occidente como si fuera gratis, que lo es, pero no valorado, he podido apreciar tantas cosas como en aquellos lejanos quince años en que el hospital Virgen del Rocío me acogió por primera vez por haberme convertido en un árbol torcido, aunque en aquella ocasión sólo pudieron estropearme más. Ahora he vuelto como una señora que precisa deshacerse de una pieza y he vuelto a ver tantas cosas que lo único que deseo es sol y mar hasta el último de mis días. No sé cuánto tendré que cambiar en mí para que el viaje continúe en las mejores condiciones; puede que haga lo mismo que la muchacha abismo y no me haga más preguntas de las necesarias mientras se cierran mis propios agujeros.
Y buscar( eso si, por favor) el sendero de los jazmines y de las rosas.
sábado, 22 de febrero de 2020
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8 comentarios:
Que te vaya bien y salgas pronto.
Besos
¿Chica tú que escribes de 22 en 22? Espero que no haya que esperarte al 22 de marzo, porque me tienes que explicar todo ésto que cuentas ¿estás malita o es literatura simple y llanamente?
Todas las personas somos abismos de vez en cuando, pero pasa, te lo digo yo.
Tira p'alante con este abrazo fortísimo y si me necesitas . aquí estoy.
gracias Erik ya salí, ahora estoy convaleciente, besos.
Tracy, no había caido, jajaja es verdad . Nada , me han operado pero ya estoy en casa, gracias por estar ahí y feliz carnaval
Pues espero que te hayan dejado nueva y que todo esté perfecto!
Besos y salud
Con paciencia Genin menudo rollo. Muchos besos
Tras quitarte una pieza de tu cuerpo, quizás debas buscar otra pieza sustituta en algún otro sitio de algún otro lugar ;)
Es curioso, pero estos cuerpos serranos que nos contienen no se libran del bisturí en una o más ocasiones. Lo más importante para mí, siempre ha sido una buena recuperación, buenos alimentos y descanso que he aprovechado para leer lo atrasado; la mente en el libro, y con la imaginación, esa buena compañera que llevas dentro ¡a volar!
Te deseo lo mejor, querida Reyes. Aparte del jazmín y las rosas tenemos ya el azahar abriéndose. Que lo disfrutes pronto.
Gran abrazo.
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