domingo, 10 de noviembre de 2019

Tú, a limpiar

Caía la tarde en la calle que ninguna culpa tiene de ser tan cutre, de arrastrar esa deprimente humedad de siglos, y a través de ella entré en el bar a tomar el té con leche con el que intento consolar mi no menos deprimente jornada laboral. Allí, en esa zona putrefacta de la ciudad, la escena habitual dentro del bar me recibió  como un paisaje repetido pintado a golpe de remo de galera; el camarero, el chico joven super amable que es hijo del dueño y echa una mano por las tardes , y dos parroquianos, un empleado de mi propia empresa cuyo turno acabó hace muchas horas pero que por motivos que desconozco y no me importan alarga su presencia en la zona del trabajo, cerveza tras cerveza, quizá tratando de no llegar a ningún sitio interesante ni amado, y un orco con el pelo grasiento y blanco de canas que podrían ser venerables en otro siglo, en otra cultura, un tipo de mediana edad rojo como un tomate que eructa comentario tras comentario, gracieta tras gracieta, con la agilidad mental de los sevillanos de los tópicos, sí, ésos que todos habéis visto alguna vez en las películas. el sevillano que todos tenéis en la cabeza.
Habla el tipo de esto y de aquello, de fútbol y de Antonio Puerta, de política y del precio de las pieles de oso; no me hace falta pedir el té con leche, el chico me conoce y lo sirve, lo cojo, me voy a una mesa, leo un periódico, lo dejo, cojo el móvil, mi verdadera prensa, mi conexión con la familia, con el trozo de mundo que me importa, abro el Facebook, leo amigos, me sonrío, lo cierro, divago mientras el malaje sigue vomitando su corriente de pensamiento inmediato y de repente oigo que grita ;"Mira mira mira "!
Asustada creo que ha pasado algo importante en la calle y levanto la cabeza tres segundos para entender rápidamente la situación; una tía imponente ha pasado por la calle y el orco se entrega a una ensoñación malsana y lujuriosa, será una chica joven, supongo, con un buen culo, no sé, no acierto a verla; vuelvo rápidamente a mi teléfono mientras oigo con asco que el tipo explica que "eso" puede costar unos cien euros, y entiendo que está dando detalles de establecimientos prostibularios que seguramente conoce bien, quizá por haber terminado siendo cliente después de criarse en uno, y en lugar de convertirse en Abel Azcona, o sea, de echarle arte y talento a la vida , ha acabado siendo putero de toda la vida.
Intento desconectar porque no me gusta comer basura, pero entre los segundos siguientes oigo la siguiente frase, "tú no, tú a limpiar" y por un terrible momento creo que se está refiriendo a mí, dado que he levantado la cabeza un momento y soy la única mujer del local. Vuelvo a levantar la mirada pero nadie me mira a mí, sólo encuentro una sonrisa azorada del camarero, una camaradería falsa del cartero de la barra y el desfogue verbal del putero dando detalles de todas esas cosas maravillosas que conoce del mundo femenino al que sólo puede entrar pagando.
(Hay que decir que todo esto está a metros de mí, puesto que el asqueroso ha salido a fumar, así que no tengo la certeza de que las cosas sean como yo las estoy viviendo).
Me siento repentinamente mal, casi físicamente amenazada; en mi cabeza se plantean todo tipo de opciones, desde la película de Clint Eastwood en la que lo arreglas todo con una pistola, de repente Tarantino me parece un tipo genial, uno que entiende de verdad como funciona el mundo y echo de menos un arma, quiero de verdad encañonar al pestilente orco de pelo graso y dejarlo seco allí delante del joven camarero, ofrecerle al cartero una razón definitiva para dejar el alcohol, quiero derramar sangre y salir en prensa, y luego tener un juicio justo y quizá terminar comiendo en Sevilla 2 durante unos años por cargarme un viejo pijo y  putero, y de repente pienso en mi vida, tan bonita, con mis perras y mi familia y mis amores varios, me arrepiento enseguida, no quiero asesinar escoria, entonces la opción empieza a ser levantarme lentamente, hacer la pregunta clave ; "se ha referido usted a mí por casualidad"? y dependiendo de la respuesta, llamar a la policía local y denunciar al tío allí mismo, pero entonces pienso en el camarero, al fin y al cabo supone dar la tarde a uno que está trabajando, convertir mi rato de merienda en una pelea de verbena, sacar los pies del plato sin haber tenido pruebas suficientes de la ofensa, en fin , todo eso que podéis imaginar.
Finalmente me tranquilizo, el orco se va, queda el cartero solo, sigo dándole vueltas a preguntarle si el cerdo me aludió o no, ya no sirve, pienso, ya se ha ido, déjalo, déjalo estar , recupera tu calma y vete.
Pago el té con leche, como si no pasara nada, le doy la vuelta al periódico, el ABC sobre el mostrador, cómo no, en la contraportada el titular me lanza un mensaje sincrónico, es una entrevista a una escritora, no recuerdo el nombre, parece pija pero el titular dice en mayúsculas, "España es un país tradicionalmente machista", me sonrío, le respondo mentalmente, "ya lo veo, ya".
Cuando me voy alcanzo a ver al gorila, con perdón, en una esquina, y escupo sobre su estampa como la gitana que soy, deseándole una mala muerte con agonía larga, no ya por la sospecha de que me haya mandado a limpiar, por haberme desnudado de toda capacidad de seducción, por haberme arrebatado de golpe mi lejana juventud, por reducirme a lo mínimo como desconocida, porque en las distancias cortas yo sé lo que soy y lo que valgo, pero en el escaparate de los puteros no valgo nada y creo que ese tío me lo ha dicho, creyendo que no le oía.
Y pienso dos cosas; cuánta gente en este mundo se podrá sentir como yo en ese momento, despreciados, insultados por lo que son, desprovistos de cualquier atisbo de respeto, por mujer, por inmigrante, por diferente, por lo que sea, qué recursos tenemos en este paisaje cada vez más fascista y más crecido, donde ya se están dando los elementos necesarios para volver al odio y a la legitimidad del desprecio, donde la involución es el camino y para salvarnos tendremos que volver a la cobardía,  al no querer meterse en problemas, al quedarse callado cuando los impíos sacan pecho.
Como niña blanca de clase media nunca me sentí en el lado de los débiles, pero creo que por primera vez en mi vida he comprendido la ofensa y el sentimiento de humillación.
Y espero que me sirva para algo.
La otra cosa es que sé que el bicho necesitará algo de mí como personal público, algún día, en algún momento; puede ser una carta o una llamada al 112, cuando en la misma esquina se le rompa el corazón hastiado de fanfarronería, y entonces lo veré reventar como un triquitraque o como el lagarto de la Magdalena que dicen en Jaén.
Hasta entonces, sé de qué lado estoy.
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No me miréis así; no soy rencorosa, sólo confío en el karma.





6 comentarios:

Erik dijo...


Pues desde esta noche me parece que lo tenemos peor porque los acémilas de la caverna han sacado como el doble de escaños que ya graciosamente les han facilitado los otros dos comparsas, aunque sea en detrimento propio.

¡Virgencita, virgencita que me quede como estoy...!

Sara O. Durán dijo...

Mucha atención le prestó la protagonista de tu historia, al hombre ese.
Un abrazo.

TORO SALVAJE dijo...

Lo mejor que le podría pasar al mundo es que alguna maceta justiciera se desprendiera de un balcón y aterrizara certera y divina sobre la cabeza de ese monstruo.
Me sabría mal por la maceta.
Y por los que tuvieran que limpiar los sesos tarados del monstruo.

Besos.

Genín dijo...

Se me hace raro que le hayas dedicado tanto tiempo de pensar al bicho ese asqueroso, las cucarachas se aplastan, aunque de asco, nada mas... :)
Besos y salud

U-topia dijo...

Y a tipos así ¿cómo se les puede cambiar? Imposible, están envenenados de racismo, machismo y son reaccionarios hasta morir.
Son vomitivos.

José Luis dijo...

Lo malo de volver a leerte es darme cuenta de todo el tiempo que he estado sin leerte. No dejes de contar las cosas con esa autenticidad y esa sensibilidad. Aunque hables de un troglodita de mierda...

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