lunes, 27 de marzo de 2017

Amores forenses






Ahora que me gustaría llevar mi vida con la insolente indiferencia y maestría con la que toca Savall la viola de  gamba, (y sin embargo soy esta especie de Pantoja  compungida ), me acuerdo de aquellos cuentos que me contaba una persona próxima a los juzgados, hace muchos  años en un reino junto al prado de san Sebastián.
Yo tenía mi puestecito cotizador junto a aquello que llaman aparato judicial, en un cuarto donde se sellaban cientos de burofax cada día y las cartas se apiñaban en filas de cajas que las manos repartían en casilleros, con más o menos destreza según  fuera lunes o viernes.
Sin embargo hasta a los rincones más áridos llegan historias jugosas, capaces de alimentar la imaginación y los deseos de escribir.
Mezcla de exageraciones y realidad, (el relato es el niño sobrealimentado con las verdad a medias, con el deseo del narrador de hacerlo más interesante), me bebí aquellos amores forenses como si fueran los atrayentes libros de mi juventud, plagada de puentes de piedra , fantasmas y amor desgraciado.
Así Adelita me contaba cómo el doctor Peribáñez  fue expedientado por acostarse con aquéllas  a las que tenía que hacer autopsias, a lo mejor atraído por la eternidad.
Me ponía la piel de punta y todo lo demás imaginar un tío que ha estudiado, que probablemente se haya casado y haya esparcido su semilla por el mundo, que pase por normal sentado en un café a la caída de la tarde, preparando una cita con su cadáver del día, su morena o su rubia o su joven o su vieja, ¿qué puede esperar?¿qué puede pensar? Sumisión absoluta, dominio, triunfo de la lujuria sobre la muerte, simple desahogo animal e impune, quién puede saberlo en aquel rincón oscuro donde seguramente ya huele a todo lo contrario a la vida.
Quizá a Peribáñez le gustaba imaginar  esos cabellos desparramados sobre la mesa fría cuando estuvieron vivos sobre un colchón doméstico, sábanas blancas  con ramitas de lavanda , enmarcando aquel rostro de mujer que demasiado cansada para hacer el amor, se dejaba hacer más bien y soportaba la embestida de los sábados por la noche mientras pensaba que había olvidado recoger la ropa de las cuerdas.
O pudiera ser que inventara vidas para ellas, que un último polvo frío fuera el pasaporte para el otro barrio, certificado de polución que nadie más deberá firmar, dado que él y sólo él era el responsable último de ese último reconocimiento.
Pero qué diferente debe ser una mujer de una muerta, después de todo; debe haber algo más para esa pulsión que ya practicaban los egipcios, expertos en el arte de agasajar la muerte y vestirla de lisonjas para tratar de  convertirla sin éxito en vida.
Quizá al médico loco, el hombre normal, le parecía una venganza por los lejanos tiempos de estudiante, cuando todas las que le gustaban se le iban en autobuses hacia otras ciudades y él se quedaba solo hasta la aparición de su mujercita creyente y apropiada, quién puede saber lo que las ausentes le regalaban a ese infeliz que disfrutaba sintiendo un coño frío y unas piernas muertas en horas de trabajo.
¿Podrá volverse loco un hombre por trabajar contra natura?
Las mujeres, sí que enloquecen de amor y mala vida, y algunas hasta se acostumbran.
Contaba Adelita, entre las anécdotas del fin  de semana, cómo aquella mujer se presentó en el juzgado de guardia diciendo que necesitaba denunciar a su marido.
"No me deja en paz, se presenta a altas horas de la noche, me insulta y dice que no me  a dejar vivir tranquila lo que me queda de vida".
"Pero a ver, señora, cómo se llama su marido?".
"Pepe de tal y cual ".
"Señora, su marido falleció hace algunos años ".
Para aquella mujer no tenía la más mínima importancia.
"Que se calle, oiga, que tengo que denunciarlo porque no me deja en paz; créame y haga lo que le digo; apunte ; anoche vino cuando iba a acostarme y me puso de vuelta y media; escríbalo, que me ha insultado y me ha amenazado ..."
Muchas veces me he preguntado si las muertas profanadas podrían haber tenido el mismo poder para hacerse presentes en la vida cotidiana de Peribáñez.
Seguramente no;
porque ni siquiera las conocía.

3 comentarios:

Genín dijo...

Que digo yo, que a lo mejor hubieran hecho una buena pareja la mujer del muerto y Peribáñez, porque muy sanos de la azotea no podían estar ninguno de los dos...
¿Follarse una muerta?
No lo puedo entender, ni siquiera que pudiera ser refrescante en verano con ese coño congelado y las tetas duras y marmóreas...
Me dan escalofríos solo de pensarlo... :(
Besos y salud

Max B. Estrella dijo...

Yo me follé una vez a una muerta; la tía era inteligente y chispeante, hablar con ella era una fiesta intelectual. Una pena que se ponía cataléptica en horizontal. Volví muchas veces a gozar de su verbo agudo y sensible; pero quedé preventivamente vacunado contra la necrofilia.

Dol dijo...

Genín, la verdad que resulta inquietante y muy sano no parece...es mucho peor que tocarse de la cabeza por acostumbrarse a discutir jejeje.
Luzbel , tal como lo cuenta, le aseguro que no era una muerta, sólo tenía un trauma fijo para eso de la carne.
Besos para ambos.

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