lunes, 3 de abril de 2017

El otro barrio






Delicado botín tapizado en seda, apoyó el pie sobre la escalerilla.
"Bienvenida, señora"-dijo el chambelán, que tenía la cara de su ex marido.
Atravesó el porche de madera y llegó a la sala de  descanso, la que habían dispuesto para ella; tenía una ventana abierta al mar (o era un lago de color azul turquesa), un sencillo mobiliario de madera clarita y un bote de vidrio lleno de cuentas de colores.
"Me gusta".-pensó.
Metió la mano en el recipiente de las cuentas, eran bellísimas ; cada una llevaba una minúscula inscripción con una fecha .
Las fue sacando una a una para luego volver a dejarlas en su lugar, y aunque ella no sabía que eran las lágrimas que había vertido a lo largo de su vida, le pareció que representaban algo hermoso.
Era extraño pensar que aquella misma mañana había estado poniendo ropa a secar sobre el patio interior de su bloque de pisos, desde el que se veía la interioridad del gigante urbano en otras coladas, en un mar de pinzas de plástico caídas al vacío como suicidas involuntarios y algún que otro calcetín en la misma situación, deteriorado  por la lluvia de la viudez.
Esa mañana de sur cálido en la que decidió salir a dar una vuelta al pueblo, hacía un par de meses que no iba a ver a su madre, y sin pensarlo demasiado se preparó y salió.
Era extraño pensar que no recogería jamás esa ropa.
Un movimiento de apenas dos centímetros del volante hacia la izquierda, y aquel coche en sentido contrario estampándose contra todo su mundo conocido y haciéndolo volar en mil pedazos.
La carne humana y el metal han llegado a una sombrosa hermandad desde que el planeta se volvió moderno, desde que las comunicaciones se hicieron fáciles y las carreteras sustituyeron los caminos.
Pero a ella no le afectó.
Enseguida estuvo en la carroza de camino al otro barrio, y de allí al palacio y a la habitación de las cuentas de colores.
Al igual que en la vida, era absurdo preguntarse por qué estaba allí, la razón de esa calma y ese bienestar, de repente inquilina mimada con ventana sobre el mar onírico de su imaginación.
Se sentó en la cama y esperó.
No tenía heridas, sus piernas eran las de los veinticinco años, menudo lujo; contempló la luz que entraba con reflejos verdes y azules y oyó una lejana voz que se lamentaba  dramáticamente..
Era su vecina de abajo, que mirando desde su ventana la ropa tendida, exclamaba con lágrimas en los ojos;
"Pobre Carmen, matarse así en un accidente ...pensar que salió esta mañana tan contenta sin saber que era su último día ..."
Caía un sol incandescente sobre el lago turquesa, aunque no sabía qué hora era;
como ya había comprendido, era tonto hacerse preguntas.
Se preparó para su primera noche en palacio, como si  fuera lo más natural del mundo.
De todos los mundos.

4 comentarios:

Bernardo L. de la Cruz dijo...

¡Sembrada! más que sembrada diría yo; supongo que comienza a notarse que el ejercicio le sienta muy bien. Empiezan a perfilarse los músculos de sus adjetivos; se estiliza la figura de sus imágenes y un saludable sonrosado anima las mejillas de su lirismo contrastado con calcetines viudos y pinzas suicidas.
Libris sãna in corpore sãnõ, me atrevería a augurar. No deje de entrenar, que los campeonatos del mundo se suceden y necesitamos a la mujer forzuda de una narrativa tan fresca como sugerente. Una vez más me rindo ante ante su inventiva, que en su alquimia particular, muta las lágrimas en bellos objetos, mientras que la del progreso, las prisas y la avaricia desenfrenadas, convierten un amasijo de carne y metal, en oro para unos pocos y dolor para la mayoría, tanto en guerras como en infracciones a las normas de tráfico. ¡Chapeau!

Kristalle dijo...

Gracias por pasarte!!! :)

saludos

Genín dijo...

A estas alturas, procuro pensar poco en el tema, cuando llegue, será muy excitante descubrir como es en realidad, pienso, a lo mejor me cago en todos los muertos de la muerte, creo yo que será lo mas probable, porque ahora mismo lo estoy practicando...jajaja
Besos y salud

Tracy dijo...

De momento no quiero pensar en el otro barrio.

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