jueves, 13 de abril de 2017

Me hacía falta






Me hacía falta esta tarde salir a caminar sola, con las orejas taponadas por los acordes de una canción de la Vargas Blues Band, los sentidos metidos bajo las axilas como una carpeta, (aunque así es como están siempre últimamente, anestesiados por el ibuprofeno y la falta de ilusiones, pero decido ignorarlo porque si no, no podría trabajar ni aparentar normalidad).
Me hacía falta recorrer todo el barrio como si alguien me persiguiera, para combatir la necesidad de adrenalina que le falta a toda maruja inconsistente, a toda lectora puteada, a toda frívola ignorada por sus deseos.
Me hacía falta andar a mi paso, sin estar pendiente de nada ni de nadie, sin mojarme las manos cada cinco minutos, sin pensar qué hay que hacer a continuación, para olvidar mi dolor de cabeza producto de un vermú y un pacharán, con los que a su vez quise olvidar que el arroz con pavo al curry quedó pelín insulso, aunque mañana con el hambre me lo comeré yo lo que ha sobrado, como me como todas mis decepciones.
Que nadie se confunda, que enseguida se piensa en problemas de los llamados reales, mis decepciones son continuas pero son todas cosa mía, desde que no haya unicornios comiéndose las flores del patio hasta que lleve no sé cuántos años sin proyectar un viaje a alguna ciudad europea, o quizá que no haya sido capaz de tener ilusión por comprar un cuadro o una alfombra, aunque creo que esto me ha pasado siempre.
Tengo mis excentricidades como todas las mujeres, incluso aquéllas que son asesinadas, pero las mías no pasan por el eficiente sentido práctico que se le supone a mi género, con lo que no consigo tener una casa decorada a mi gusto como la gente de los documentales gilipollas, ni disfruto cocinando ni me encanta poner orden, aunque sí soy muy buena en pasar de todo, ése es mi deporte favorito, en especial me hice experta en pasar de mí misma.
Me da igual si estoy gorda o flaca, si me prometí esto o aquello, total, se trata de mí, yo no merezco el esfuerzo de tratar de hacer las cosas de forma diferente, además dice el druida que para qué, no se hizo la miel para la boca del asno, y ahora en todos los selfies sales ya con cara cuarteada como un trozo de cuero que quiere ser pañuelo de seda.
Se acabó, monina, es un poco tarde para ser la protagonista de tu vida, te tienes que ocupar de demasiadas cosas, y sigues emperrada en que otros las hagan por ti, y como ves que nadie las hace, y acabas haciéndolas  tú, te enfurruñas y sales a caminar para olvidar que lo haces todo pero  mal, o sea que no deberías darte tanta importancia ,que el fondo eres un poco la misma niña mimada, la Vaccaro que desarrolló nivel de astucia 7 a los 7 años, según el test psicológico del colegio, y te sorprendiste mucho al enterarte de que eras astuta.
Joder, astuta nada más y nada menos , como las zorras de los cuentos.
Pero cómo se puede ser astuta y no arrebatarle las uvas a nadie, será que se puede tener astucia y compasión al mismo tiempo, o será que el test estaba mal hecho.
También puede ser que la astucia sea una cualidad que la hace a una sobrevivir sin más, quién sabe.
Obviar el hecho de que cada vez te gustan menos cosas pero deseas seguir viva, aun sin unicornios ni playas ni vasos de mojito, aun con el plan hedonista más mojado que el pan de un gorrión criado en casa.
El caso es que si no me hubiera ido a caminar sola, con la Vargas Blues Band en los oídos, igualito que ahora, no hubiera podido ver la increíble belleza de unos árboles pelados recortados sobre un cuelo azul clarito , muerto ya el sol del atardecer, sobre la muy bullente ciudad de Sevilla.
No sé si os he dicho alguna vez que desde mi barrio se ve la ciudad como una faja multicolor acostada allí abajo, con su mini Giralda y sus velos misteriosos; que también se ve un poquito del Aljarafe que sube, y varios accesos importantes como el puente del Centenario, y que cuando cruza un avión por encima me acuerdo de los libros escolares de mi infancia.
Pues sí, aquí me pasé casi toda la vida, aunque en el tiempo de los unicornios creí que acabaría muy lejos durante la edad adulta, tan lejos como me llevaran mis paranoias, oh error, ahora ha pasado el libro y aunque he dado mis buenos tumbos, sigo aquí.
Los árboles domesticados, orgullosos aun en su desnudez, en la acera levantada donde irán los huertos, me han dado una imagen perfecta de belleza y nostalgia.
Hubiera podido hacerles una foto para esta entrada; pero como quería ir conmigo todo el rato, he salido sin móvil.
Espero que sabréis disculparme.
Cuelgo una foto de un árbol desnudo que no se parece a los míos, y cuyo autor es José Carrillo, más que nada para no dejar el post sin imagen.


2 comentarios:

Genín dijo...

Pues menos mal que despues de la bronca que te has echado a ti misma, la cosa terminó en paz y mas tranquilita... :)
Besos y salud

Max B. Estrella dijo...

Si conociéramos a los que hacen los tests, seguramente no haríamos ninguno.
Es bueno a veces salir sin el móvil, una forma de estar con uno mismo, acusarse y perdonarse.
Ud.es hermosa, y de astuta no la veo mucho.

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