domingo, 25 de febrero de 2018

Una racha fría (miércoles)

Tengo una racha fría, como un puñal de miedo que atraviesa las noches,
una ciudad entera de gente que se muere, pero que alguna vez ha sido,
un cante antiguo sobre un campo donde la pobreza es el estado natural del ser humano
en la baja Andalucía que todo el mundo conoce como cuna de poetas y de pícaros.
Tengo esta racha helada como la luna de aquella noche en que en el piso de Ricardo
leí el triste cuento del niño muerto al que se llevó la fiebre
y su madre medio loca iba a hablarle cada noche hasta la tumba
que era ya una cama de piedra para siempre.y era la luna entre jirones de nubes la única que allí estaba.
Tengo esa racha tonta de cuando vuelve el pasado, aunque ahora lo controle porque es sólo un pensamiento,
y el pensamiento nos lleva como  una alfombra mágica hasta lo bueno o lo malo,
y aterrizo por las bravas sobre lo malo que es la ausencia o por las buenas sobre lo bueno que es el recuerdo.
En el mes de los suicidas y de las flores ocultas, tengo esa racha boba de las elefantas viejas, que a punto de ser sabias olisquean el aire impreciso por el que vienen los cazadores, llenos de hiel y de odio para acabar con lo bello.
Tengo esa racha que muchos combaten con pastillas , que saben a café pero contienen muerte, en países propios donde las bombas acaban con los niños, las mujeres se mesan los cabellos y los hombres ya son materia inerte, comida para los tiburones del mapa geopolítico.
Debo decir encogida como soy, que vi muy cerca en Sevilla, saliendo casi hacia el río, a un hombre con sus perros, con su montaña de mantas y un carrito de mercado, esa casa de caracol que se fabrican ante la vista de todos,  y arriba del todo, como la guinda de una tarta, a un chucho medio dormido, y el hombre sentado en un banco le leía un cuento infantil como si fuera un niño.
No era ésa la racha de llorar, porque de haberlo sido, hubiera llorado como ahora en que a menudo se me humedecen los ojos menopáusicos, en el metro hacia mi cárcel o en las esquinas del miedo cotidiano, cuando contabilizo los amigos perdidos y las batallas ganadas y las costuras que la lanza maldita del mundo me provoca en la carne, con  tanta violencia germinando en los corazones y tanto gilipollas con poder manejando el cotarro.
Si la caridad y la compasión son virtudes humanas, habrá que buscarlas en otro sitio, porque no producen titulares y parece que no están.
Pero yo sé que existen, quizá dentro de tanta mala racha que pasa la gente buena.
En la tristeza de los suicidas y en las flores que permanecen ocultas, en la bondad que me debo a mí misma y tú que me lees, a ti mismo, en la sagrada necesidad de tu nacimiento, en el mar que calla y ruge al mismo tiempo, en la mirada de los perros que aguantan tanta necedad humana, en los brazos abiertos cuando alguien  cae y en las velas encendidas que chisporrotean en calles e iglesias.
En la primavera que vendrá y nos llevará a todos a un estado alterado de conciencia, como si fuera la misma Libertad la que gobierna los países y las almas.

1 comentario:

Genín dijo...

Uuuuy... que tierna te noto...
Besos y salud

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